“Al llegar la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: ¡Paz a ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús les dijo otra vez: ¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Y sopló sobre ellos, y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Juan 20,19-23
Hoy celebramos Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo. Espíritu que hace presente al Cristo resucitado en medio de la comunidad de fe reunida. Comunidad de fe que recibe la paz y es librada del miedo y el encierro. Espíritu que es viento, como el viento que mandó Dios sobre el Mar Rojo para secarlo y hacer pasar a los israelitas por en medio del mar, liberándolos de la esclavitud del faraón y de Egipto; o como ese otro viento que el mismo Dios hizo soplar sobre un montón de huesos áridos para traerlos a la vida, según nos refiere el profeta Ezequiel. Espíritu que habita en medio nuestro por la fe y el amor, y, como viento impetuoso, moviliza a la comunidad adormecida en el camino fecundo del testimonio y compromiso. Testimonio a favor del Evangelio. Compromiso para con el Reino. Viento que es Espíritu. Espíritu que posibilita el perdón, por eso da vida, porque es vida y todo lo alienta y todo lo anima.
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