sábado, 21 de noviembre de 2020

La práctica de la justicia

 “La justicia es el orgullo de una nación; el pecado es su vergüenza.” Proverbios 14,34

Francis Nathan Peloubet, clérigo, autor y editor, dijo cierta vez: “Hay un largo escrito de advertencias colocado firmemente en la pared de cada pecador. Por algún tiempo, este escrito puede ser invisible, como la escritura llamada ‘simpática’, que no se puede ver hasta poner el papel en contacto con el fuego o con ciertas substancias químicas; pero ese escrito está grabado en donde los ojos del pecador lo verán algún día, y está allí como una amonestación para el arrepentimiento. Igualmente, las leyes eternas de Dios, y su providencia, son como una mano gigante que escribe el desastre de cada nación que no quiere ser justa. Sería muy bueno que esas naciones pudieran ver el manuscrito y leer con atención lo que allí se dice.” La justicia, sabemos, es uno de los atributos del Reino. Justicia que es producto del amor y hacedora de la paz. Cuando esta no existe es porque el amor se ausenta y, consecuentemente, se ausenta la justicia. Allí es entonces que entra el pecado al mundo, interrumpiendo las plenas relaciones entre los hombres, y, las relaciones de los hombres con Dios. Por eso, toda nación que se precie de ser cristiana debe abogar incansablemente por la consecución de la justicia, teniendo como marco la justicia de Dios cuyo testimonio hallamos en su Palabra. Lo contrario de esto es la injusticia, la vergüenza del pecado, la práctica del desamor. No podemos construir un mundo solidario y justo sin esos gestos de amor que hagan posible una sociedad más humana, más fraterna, fundada en el amor y la misericordia del Dios altísimo. 

viernes, 20 de noviembre de 2020

Carbones en la hoguera

 “No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor se acerca.” Hebreos 10,25

“Un feligrés en particular era la preocupación del pastor. En vano le hablaba con amor para ayudarlo a participar fielmente de los cultos. Pero todo parecía en vano. Un día, al visitarlo, lo halló sentado ante el fuego del hogar, calentándose. El pastor, después de saludarlo, se sentó junto a él; y tomando las tenazas se dedicó a tomar los carbones de la hoguera para ponerlos separados unos de otros. El miembro de la iglesia dejó que el pastor hiciera eso y no le dijo nada. El pastor preguntó: ¿Qué les sucederá ahora, separados cómo están? Se apagarán, contestó el miembro. Siguió un momento de silencio. Al fin el hombre habló: Soy uno de estos carbones, ¿verdad, pastor? Exactamente, respondió el pastor. Entonces aquel hermano dijo: Vamos a orar a Dios, pastor, para que no lo sea más desde este día. Y desde aquel día este miembro negligente se mostró más fiel a su comunidad, a su iglesia, y a su Señor.” Todo aquel que ha sido bautizado y recibido como miembro de una congregación es de vital importancia para la conformación, testimonio y compromiso de la iglesia de Jesucristo. Por eso se hace imprescindible sostener a nuestras comunidades no solo con nuestras ofrendas sino, también, con nuestra participación cultica activa. El culto es el centro de nuestras comunidades de fe y, a su vez, es el punto de encuentro que, como hermanos y hermanas, tenemos para profundizar la comunión y el diálogo fraterno. Dios nos bendiga en plenitud. Amén. 

jueves, 19 de noviembre de 2020

¡Ojo con la soberbia!

 “…mientras el rey se paseaba por la terraza de su palacio…, dijo: ¡Miren qué grande es Babilonia! Yo, con mi gran poder, la edifiqué…, para dejar muestras de mi grandeza. Todavía estaba hablando… cuando se oyó una voz del cielo, que decía: Oye esto, rey Nabucodonosor. Tu reino ya no te pertenece; serás separado de la gente y vivirás con los animales;… hasta que reconozcas que el Dios altísimo tiene poder sobre todas las naciones…, y que es él quien pone como gobernante a quien él quiere. En ese mismo instante se cumplió la sentencia anunciada, y Nabucodonosor fue separado de la gente; comió hierba…, y el rocío empapó su cuerpo, hasta que el pelo y las uñas le crecieron como si fueran plumas y garras de águila.” 

Daniel 4,29-33

“Un hombre se jactaba de que no había nada que pudiese sujetar su voluntad a Dios y que le impidiera proceder como él quisiera. Un domingo, mientras sus vecinos iban al culto, él se quedó en casa trabajando, para demostrar así que él hacía lo que quería. Pero durante su trabajo le ocurrió un accidente que le ocasionó la pérdida total de un ojo y le dañó gravemente el otro. Durante el tiempo que tuvo que permanecer en casa para atenderse, reflexionó sobre su estado físico y reconoció lo peligroso de él. Por el peligro en que había estado su cuerpo, comprendió el peligro en que se hallaba su alma, si no se humillaba y arrepentía de sus pecados delante del Señor. Así lo hizo, y desde entonces pudo dar alabanza al Señor por su gracia y misericordia, y por haberle hecho reconocer su soberbia por medio de aquel accidente.”