Otra vez la tormenta de arena. Ya es casi parte de nuestro viaje a Patagones… pero para nosotros, es sólo una parte de nuestra vida, no así para quienes viven en aquel lugar de la provincia.
En Julio la esperanza había renacido. Había llovido alrededor de 80 milímetros, después, aunque pequeña, caía una lluviecita cada 10 o 15 días. Pero después paró…
Los campesinos habían sembrado y el trigo salía: verde y tierno… ahora, que las plantas necesitan agua, sólo reciben el castigo del viento y la arena.
Ya no hay esperanzas, donde hay plantas, están tan pequeñas que no van a espigar, y la arena las está tapando, el resto es desierto… arena que vuela…
No habrá cosecha… otro año más sin cosecha, sin animales… ¿cómo van a subsistir?
La gente del campo se ha ido a las ciudades, algunos han conseguido un trabajo, pero tiempos duros y difíciles se acercan…
Es complicado explicar lo que se siente cuando se atraviesan kilómetros y kilómetros en medio de una tormenta de arena, sin poder ver claramente. Causa angustia y claustrofobia… ganas de escapar de esa situación extrema…
Dentro del auto vamos como en una burbuja protectora, la arena no nos toca, no nos lastima, sólo nos produce esa angustia, ese deseo de gritar…
Al salir del auto, la arena golpea, castiga nuestra piel… parece ensañada con nosotros. Los ojos se llenan de arena, las orejas, la boca… no se puede respirar…
¿Cómo viven los lugareños? ¿cómo lo soportan?
No sé, tal vez uno se acostumbra a esto… tal vez se disfruta con alivio el día en que el viento no sopla tan fuerte. Ni los trapos mojados en puertas y ventanas logran frenar la tierra, que ya se ha hecho tan fina que no respeta ningún límite.
Dicen que Dios los ha olvidado… dicen que tal vez Dios los está queriendo sacudir, despertar del letargo de no reconocerlo como el todopoderoso, el que es dueño y Señor de todas las cosas…
También la mano del ser humano tiene que ver con esto: no tanto con la sequía como en la erosión de la tierra; el desmonte es una de las causas fuertes, pero el lugareño no ha sido el responsable. En tiempos prósperos, de lluvias beneficiosas, algunos “grandes” compraron tierras, las desmontaron, sembraron y sacaron fruto… hoy están volando… hoy son parte de la tormenta. De las mismas tormentas por las que una y otra vez seguimos atravesando para compartir un fin de semana con las comunidades del sur.
¡Que Dios mire con misericordia y ponga su mano sobre nuestros hermanos y hermanas que están sufriendo! ¡Que muy pronto los bendiga con lluvias como un bálsamo sobre las heridas!