sábado, 31 de julio de 2021

Orar sin desanimarse

“Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre, sin desanimarse.” Lucas 18,1

Adoniram Judson, misionero que sirvió en Birmania durante casi cuarenta años, dijo, refiriéndose a la oración: “Arregla tus negocios, si es posible, de manera que puedas dedicar tranquilamente dos o tres horas del día no simplemente a ejercicios devocionales, sino a la oración secreta y a la comunión con Dios. Esfuérzate siete veces al día por alejarte de las preocupaciones mundanas y de los que te rodean, para elevar tu alma a Dios en tu retiro privado. Empieza el día levantándote a media noche y dedicando algún tiempo en el silencio y la obscuridad a esta obra sagrada. Que el alba te encuentre en esta misma preocupación, y haz otro tanto a las nueve, a las doce, a las tres, a las siete y a las nueve de la noche. Ten resolución en su causa. Haz todos los esfuerzos posibles para sostenerla. Considera que tu tiempo es corto y que no debes permitir que otros asuntos y compañías te separen de tu Dios.” Un recuerdo que me ha acompañado cada día de mi vida es el recuerdo de mi madre arrodillada al pie de su cama orando tanto a la mañana al levantarse como al anochecer al acostarse. En mayor o menor medida, en mi vida de fe, he tratado de seguir su ejemplo confiado, al igual que la viuda de la parábola, que más tarde o más temprano el Padre celestial atenderá mi plegaria. En tiempos de alegría ¡qué bueno poder agradecer por tanta dicha! En tiempos de necesidad y angustia ¡qué alivio y fortaleza saber que hay Alguien quien nos sostiene y fortalece!  

sábado, 24 de julio de 2021

Comprado con la sangre de Cristo

“Y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí.” Gálatas 2,20

D.L. Moody, quizás el evangelista más grande del siglo XIX, dijo cierta vez: “La gran dificultad es que la gente lo entiende todo en general, y no lo aplican a sí mismos. Supongan que un hombre viniera y me dijera: Moody, la semana pasada murió en Europa un hombre que dejó una herencia de cinco millones. Bien, le contestaría yo, no lo dudo; es cosa que ocurre con alguna frecuencia. Y ya no pensaría en ello. Pero supongan que me dice: Pero es a usted a quien ha dejado su dinero. Entonces comienzo a sentirme interesado; presto atención y pregunto: ¿A mí? Sí, usted es su heredero. Entonces quiero se me den todas las explicaciones. Del mismo modo, podemos pensar que Cristo murió por los pecadores; que murió por todos; pero no por alguno en particular. Pero cuando llego a comprender la verdad de que murió por mí, y que todas las glorias prometidas son mías, entonces es cuando comienzo a sentirme interesado.” Si uno pudiera preguntarse cuánto vale su vida, un bien podría responderse: La vida de un hombre colgado en una cruz. Así es, Cristo ha pagado con su sangre el precio por mi vida. Su amor se ha manifestado de una vez y para siempre en lo alto de esa cruz. Ese fue el gesto concreto y supremo de su amor para conmigo, y, también, para con la humanidad toda. 

sábado, 17 de julio de 2021

El poliedro ecuménico

“Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo les ruego que todos estén siempre de acuerdo y que no haya divisiones entre ustedes. Vivan en armonía, pensando y sintiendo de la misma manera. 11 Digo esto, hermanos míos, porque he sabido por los de la familia de Cloe que hay discordias entre ustedes. 12 Quiero decir, que algunos de ustedes afirman: Yo soy de Pablo; otros: Yo soy de Apolo; otros: Yo soy de Cefas; y otros: Yo soy de Cristo. 13 ¿Acaso Cristo está dividido?” 1 Corintios 1,10-13a

Un poliedro es una figura sólida de tres dimensiones con caras planas, bordes rectos y esquinas agudas. Esta figura geométrica es recurrente en Francisco al momento de hablar de la unidad de los cristianos. Quizás no sea el poliedro una figura armónica o proporcional pero, he aquí lo importante,  todavía mantiene el conjunto. Más allá de los muchos Pablos, Apolos o Cefas que pueda haber contenidos en esta figura su centro y, también, la periferia que delimita su contorno sigue siendo Cristo. Es por esto que nuestra unidad en la fe tiene que ver con lo plural de quienes la conforman y con lo singular de aquello que nos contiene y nos une: Cristo Jesús. Él es, hoy y siempre, el centro de nuestra fe y nuestras vidas, motivo y propósito de nuestra unidad en la proclamación del Reino. Cada uno de nosotros y de nosotras, sin importar la confesionalidad, o, las aristas y características de cada uno, es un aporte valioso en este camino que se construye junto al otro, a la otra. Así que, pues, dejemos de intentar ser esfera y probemos más la dicha de ser poliedro. Amén. 

sábado, 10 de julio de 2021

Tiendeme tu mano, Señor

“Al momento, Jesús lo tomó de la mano y le dijo: ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste?” 

Mateo 14,31

Hay una anécdota que se refiere a Martín Lutero y dice lo siguiente: “Una vez estaba yo penosamente intranquilo por mis propios pecados, por la maldad del mundo, y por los peligros que rodeaban a la iglesia. Entonces mi esposa, vestida de luto, se acercó a donde estaba yo, y con gran sorpresa le pregunté quién había muerto. Con sus respuestas tuvimos el dialogo que sigue: ¿No sabes? ¡Dios en el cielo ha muerto! Pero, ¿cómo puedes decir semejante desatino, Catalina? ¿Cómo puede Dios morir? ¡Él es inmortal! ¿Es cierto esto? ¡Indudablemente! ¿Cómo puedes dudarlo? ¡Tan cierto como que hay Dios en el cielo, es que él nunca morirá! Y, entonces ¿por qué estás tan desalentado y abatido? Comprendí cuán sabia era mi esposa y dominé mi pensar.” También en nuestras vidas hay situaciones que causan pesar y tristeza. Otras que ocasionan temor e intranquilidad. Cuando eso ocurre nos abatimos y pareciéramos dudar del poder de Aquel que nos restaura y cobija entre sus brazos. Ya sea por nuestra propia maldad y pecado, o, por el pecado del mundo, muchas veces nuestra fe decae y perdemos el rumbo. Dudamos de todo aquello que antes era nuestra seguridad y firmeza. Suponemos en nuestro pesar que Dios ha muerto, o, al menos, nos ha abandonado. Al igual que Lutero también nosotros nos sentimos desalentados y abatidos. Es en ese preciso instante, y a causa de ello, que Jesús extiende su mano y nos sostiene, diciéndonos: ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste? Y, seguramente, con toda ternura vuelve a enderezar nuestros pasos. 

sábado, 3 de julio de 2021

El mal que no quiero

“Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer el bien, solamente encuentro el mal a mi alcance.” Romanos 7,21

Se cuenta que “en tiempos de persecuciones y martirios, llegó uno de los perseguidores a la casa de una mujer que había ocultado a uno de los fieles siervos y testigos de Cristo, y le preguntó: ¿En dónde está ese hereje? La mujer contesto: Abra aquel mueble y verá usted al hereje. El perseguidor abrió el mueble y sobre la ropa allí amontonada vio un espejo. ¡No hay aquí ningún hereje!, respondió encolerizado. Ah, le dijo ella, ¡observe usted el espejo y verá allí al hereje!”. Muchas veces ocurre que, en apariencia, aun queriendo hacer el bien hacemos el mal. Tentados como estamos de ver los errores ajenos jamás prestamos atención a los propios. El comentarista bíblico William Barclay escribe con respecto a esta cita: “En este pasaje Pablo está desnudando su propia alma; hablándonos de una experiencia que es de la esencia misma de la situación humana. Él sabía lo que era bueno; deseaba hacer lo que era bueno, y sin embargo no podría hacerlo. Sabía lo que era malo; lo último que hubiera querido era hacer lo malo, y sin embargo, lo hacía. Él se sentía acosado por ese sentimiento de frustración, esa capacidad para ver lo que era buena, y esa incapacidad para hacerlo; esa capacidad para reconocer lo que era malo, y esa incapacidad para contenerse de hacerlo.” El mismo sentir del apóstol es el nuestro, y, entre esos dos caminos confrontados transcurre nuestra vida. Reconocer el mal que anida en nosotros y nosotras es un buen comienzo para aceptar a Cristo, el único capaz de restaurarnos.