“Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer el bien, solamente encuentro el mal a mi alcance.” Romanos 7,21
Se cuenta que “en tiempos de persecuciones y martirios, llegó uno de los perseguidores a la casa de una mujer que había ocultado a uno de los fieles siervos y testigos de Cristo, y le preguntó: ¿En dónde está ese hereje? La mujer contesto: Abra aquel mueble y verá usted al hereje. El perseguidor abrió el mueble y sobre la ropa allí amontonada vio un espejo. ¡No hay aquí ningún hereje!, respondió encolerizado. Ah, le dijo ella, ¡observe usted el espejo y verá allí al hereje!”. Muchas veces ocurre que, en apariencia, aun queriendo hacer el bien hacemos el mal. Tentados como estamos de ver los errores ajenos jamás prestamos atención a los propios. El comentarista bíblico William Barclay escribe con respecto a esta cita: “En este pasaje Pablo está desnudando su propia alma; hablándonos de una experiencia que es de la esencia misma de la situación humana. Él sabía lo que era bueno; deseaba hacer lo que era bueno, y sin embargo no podría hacerlo. Sabía lo que era malo; lo último que hubiera querido era hacer lo malo, y sin embargo, lo hacía. Él se sentía acosado por ese sentimiento de frustración, esa capacidad para ver lo que era buena, y esa incapacidad para hacerlo; esa capacidad para reconocer lo que era malo, y esa incapacidad para contenerse de hacerlo.” El mismo sentir del apóstol es el nuestro, y, entre esos dos caminos confrontados transcurre nuestra vida. Reconocer el mal que anida en nosotros y nosotras es un buen comienzo para aceptar a Cristo, el único capaz de restaurarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario