“Esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta…”
Mateo 2,15
Una Navidad más ha pasado y pareciera haberse ido de nosotros ese espíritu navideño que se hizo carne en nuestras vidas estos últimos días. Mañana mismo quizás habremos de volver a nuestra realidad de vida de todos los días y seguramente que nuestros pensamientos estarán nuevamente llenos de pesar, de incertidumbre, de preocupación. Es como si se nos hubiese permitido un fugaz instante de felicidad, para que la realidad venga a golpearnos ahora con mayor fuerza. En esta realidad que vivimos todos los días, cada uno bien puede hacer su propia lista de aflicciones y preocupaciones que nos esperan a partir de mañana. Realidad que nos esclaviza y no nos permite vivir la vida plena que Dios en su amor y misericordia tiene preparada para nosotras. También el pueblo de Israel, ansiaba con fervor el cumplimiento de la promesa de alguien que vendría y lo libraría de todas y cada una de estas dolencias. Ansiaban la liberación del cautiverio, la esclavitud y la miseria, a la vez que, esperaban a quien les traería salvación, felicidad, paz, dignidad a sus vidas. Es en medio de esta expectativa, que el testimonio de los Evangelios se levanta al unísono para proclamar al pueblo todo, que Jesús de Nazaret es ese Mesías que viene a cumplir la promesa de Dios. Esta es la buena noticia que también en tiempo debiera proclamarse: Jesús el Cristo es el Hijo de Dios anunciado por los profetas. Y es este Jesús quien en este día viene a invitarnos a recibir el Reino del cual Él es el anticipo. Aquí. Ahora.