“Es cierto que somos humanos, pero no luchamos como los hombres de este mundo. Las armas que usamos no son las del mundo, sino que son poder de Dios capaz de destruir fortalezas. Y así destruimos las acusaciones y toda altanería que pretenda impedir que se conozca a Dios. Todo pensamiento humano lo sometemos a Cristo, para que lo obedezca a él, y estamos dispuestos a castigar toda desobediencia, una vez que ustedes obedezcan perfectamente.” 2 Corintios 10,3-6
“La historia quizá no sea cierta; pero se cuenta que un boxeador dejando las cuerdas del ring, se hizo predicador. En cierta ocasión en que se le hizo tarde para acudir a una cita cruzaba por un atajo para acortar camino, de pronto le salió el dueño y con palabras duras le insultó y lo retó a pleito, no conociendo quién era. Bien, dijo el predicador, vamos a pelear si usted gusta; pero permítame un momento, pues ha de saber que yo jamás hago algo sin antes orar. Y diciendo esto, ante la estupefacción del retador, se quitó el sombrero y comenzó a orar: Señor, tú sabes que fui boxeador, y sabes a cuántos les deshice los ojos y las narices a bofetones; tú sabes cuántas costillas quebré a golpes a mis contrincantes, y a cuántos mandé a la otra vida con sólo la fuerza de mis puños. No permitas que mate a este hombre, no dejes que se me vaya la mano y... Basta ya, le interrumpió el otro. No es necesario que luchemos, pase usted por mi terreno las veces que quiera, y sin más decir, se retiró presuroso. De más está decir que nuestro predicador pudo seguir camino tranquilamente.”