“Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.” Mateo 25,35-36
Un cuento de León Tolstói: “Una noche un anciano escuchó la voz de Dios que le decía: Mañana voy a visitarte. Al otro día, luego del desayuno, se puso a limpiar y ordenar todo. En eso golpeó a su puerta un hombre que estaba exhausto de tanto caminar, el anciano lo hizo pasar y le ofreció un mullido sillón para descansar. Cuando hubo descansado lo suficiente, agradeció y se fue. Al rato, golpearon nuevamente a la puerta. Era una mujer, con un bebé en brazos, que venía a pedirle comida. El anciano le dio algo de comer a ella, y calentó bastante leche para el bebé. Cuando hubieron comido lo suficiente, la mujer se levantó, agradeció y se marchó. En eso, el anciano vio a un niño de la calle, con su ropa toda rota y sucia, entonces tomó de un cajón algunas prendas, salió y se las ofreció al niño que las aceptó con una sonrisa. A la noche, cansado, se sentó y se quedó dormido. Tan dormido estaba que hasta soñó. En el sueño, Dios le decía: ¡Tres veces me recibiste! Una vez vestido de anciano, me ofreciste descanso y comida. Luego en forma de madre cansada y de bebé hambriento, y me atendiste. Por último fui como niño de la calle y me diste lo mejor. Pues todo lo que hacen por el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hacen.”
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