“Hijos, obedezcan a sus padres como agrada al Señor, porque esto es justo. El primer mandamiento que contiene una promesa es éste: Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz y vivas una larga vida en la tierra. Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino más bien edúquenlos con la disciplina y la instrucción que quiere el Señor.” Efesios 6,1-4
“En cierta familia era costumbre hacer el culto familiar alrededor de la mesa del desayuno. Una mañana, con el Nuevo Testamento abierto, el padre buscó el capítulo seis de Efesios. Esa mañana en especial, todo parecía propicio para reforzar su autoridad paterna, pues leyó el conocido versículo: Hijos, obedezcan a sus padres como agrada al Señor, porque esto es justo. El hijo, de dieciséis años, estaba al otro lado de la mesa; y el padre, considerando la oportunidad demasiado buena para perderla, dijo: Hijo, este es un buen texto; escúchalo otra vez: Hijos, obedezcan a sus padres como agrada al Señor, porque esto es justo. Y prosiguió la lectura cayendo ingenuamente en el versículo siguiente: Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos. Entonces el muchacho de dieciséis años, sin pestañear ni sonreírse, dijo: Papá, ese es un buen texto; léelo otra vez por favor.” Deberíamos tener presente que la Palabra de Dios nos habla en primer lugar a cada uno y cada una de nosotras y nosotros. Estamos tentados a suponer y creer que lo que la Biblia expresa ha sido escrito para otros en lugar de pensar que lo que allí dice ha sido escrito para mí. Sería bueno, entonces, nunca perder la perspectiva de aquello que Dios quiere decirme.