jueves, 30 de abril de 2020

Todo queda crucificado con Cristo

“Cristo mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que nosotros muramos al pecado y vivamos una vida de rectitud.” 
1 Pedro 2,24


Algunas veces me pongo a pensar en esa gran paradoja que significa para el cristiano el creer y confiar que esa cruz, centro de nuestra fe, no es señal de muerte sino por el contrario manifestación de vida.  Así es, es sobre esa cruz donde muere nuestro pecado, y nosotros, nosotras, con él, para renacer a la posibilidad de una vida de rectitud.  Una vida donde, podamos testimoniar los gestos y las palabras de Cristo. Como leemos en el poema ‘La Cruz’ de Santa Teresa de Jesús: El alma que a Dios está toda rendida, y muy de veras del mundo desasida la cruz le es árbol de vida y de consuelo, y un camino deleitoso para el cielo. El poder vivir una vida de rectitud sólo es posible porque en esa cruz Cristo mismo ha cargado con el peso que significaba a nuestras pobres y miserables vidas el pecado.  Es gracias a esa muerte que no sólo morimos al pecado sino que ‘renacemos’ a esa vida que nuestro buen Dios ha dispuesto para nosotros y nosotras. Una vida a través de la cual pueda manifestarse pequeños anticipos del reino que Jesús vino a mostrar. Que gozo y paz trae a nuestros corazones el saber que todo aquello que significa una carga y un peso sobre nuestras espaldas, todo aquello que nos separa de Dios y de nuestro hermano, nuestra hermana, todo aquello que nos impide el seguimiento y una vida en plenitud, todo eso queda crucificado allí con Cristo junto a su cruz.  

miércoles, 29 de abril de 2020

Intentaré ser fresa

“Pórtense más bien como siervos de Dios.” 1 Pedro 2,16


Se cuenta que cierta vez “un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una Fresa, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó: ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío? No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresas. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: Intentaré ser Fresa de la mejor manera que pueda.” Muchas veces ocurre que siendo robles anhelamos ser pino, o, siendo pino ser vid, o, en lugar de vid florecer como rosas. Y, esas muchas veces, olvidamos que hemos sido plantado fresas. Y así es como nos perdemos: Intentando ser otros, buscando servirnos antes que ser siervos de Dios. Olvidamos el servicio, el abrirnos a los y las demás alegrando la vista y el paladar. Impidiendo que nuestra fragancia pueda percibirse a la distancia. Y toda aquella vitamina presente en nuestras vidas, son sepultadas cuando intentamos ser robles / pinos / vides / rosas. Así ocurre también cuando, ¡cuántas veces!, en lugar de servir queremos ser servidos; cuando desoímos la invitación y el llamado en lugar de intentar ser fresa de la mejor manera que podamos.    

martes, 28 de abril de 2020

Luz, signo de vida

“…ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Y esto es así para que anuncien las obras maravillosas de Dios, el cual los llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa.” 1 Pedro 2,9


Una historia originaria de Etiopía cuenta que “un anciano en su lecho de muerte llamó a sus tres hijos y les dijo: No quiero dividir en tres lo que poseo porque eso dejaría muy pocos bienes a cada uno de vosotros. He decidido dar todo lo que tengo, como herencia, al que se muestre más hábil, más inteligente, más astuto y más sagaz. He dejado encima de la mesa una moneda para cada uno de vosotros. Tomadla. El que compre con esa moneda algo con lo que se pueda llenar la casa completamente se quedará con todo. Los tres se fueron. El primer hijo compró paja, pero solo consiguió llenar la casa hasta la mitad. El segundo hijo compró sacos de pluma, pero no logró llenar la casa mucho más que el anterior. El tercer hijo, que consiguió finalmente la herencia, solo compró un pequeño objeto. Era una vela. Esperó hasta la noche, encendió la vela y llenó la casa de luz.” Somos, al decir del apóstol, una familia escogida… una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Es por ello que se nos encomienda anunciar las obras maravillosas de Dios, el cual nos llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa. Luz reflejo de la luz de Cristo. Luz que irradia el amor y la misericordia de Dios. Luz, signo de vida, testimonio de la Pascua. 

lunes, 27 de abril de 2020

Palabra viva y permanente

“Ahora ustedes, al obedecer al mensaje de la verdad, se han purificado para amar sinceramente a los hermanos. Así que deben amarse unos a otros con corazón puro y con todas sus fuerzas. Pues ustedes han vuelto a nacer, y esta vez no de padres humanos y mortales, sino de la palabra de Dios, que es viva y permanente.” 1 Pedro 1,22-23


“Entonces Dios dijo…”, y fue la luz, y, luego, las aguas. Y llamó al cielo, y nombró la tierra. “Entonces dijo…”, y la palabra fue vida. Y, aquello que existía al principio, se abrió paso, se hizo carne, y, como luz, habitó aquí en medio nuestro. Y la luz disipó tinieblas, echo fuera la mentira, dio a conocer la verdad. Verdad revelada en Jesucristo, quien se entrega en y por amor, y, en ese darse, nos enseña a amar. Abriendo los brazos al abrazo, el corazón a la generosidad y el servicio. Abriéndose al amor que permite amarse unos a otros con corazón puro, y, hacerlo con todas nuestras fuerzas. “Entonces Dios dijo…”, y fue la tierra fecunda abriendo surcos y pariendo vida. “Entonces dijo…” y fue el hombre, y fue la mujer, ya nacidos, no de padres humanos y mortales, sino de la palabra de Dios, palabra que es verbo y acción, palabra que es viva y permanente. Palabra que crea y recrea una y otra vez, que llama e invita al seguimiento. Palabra a través de la cual ya se abre camino la siembra que pare vida, plenitud de vida. Palabra encarnada, hecha raíz, en este Jesús que por amor muere, y, por amor, resucita. Palabra que ordena y empodera. Palabra del levántate y sal fuera. 

domingo, 26 de abril de 2020

Quédate con nosotros

“…Quédate con nosotros…” Lucas 24,29


Comparto con ustedes un poema de Gonzalo Báez-Camargo, titulado ‘Camino de Emaús’: 
“¿Cuándo y cómo llegó?
No sé la hora ni el instante preciso,
pero un día Él llegó a mi camino,
quietamente, sin rumor, sin estruendo.
Como inicia el alba.
Como empieza el rocío a formarse en el cáliz de las flores.
Como empieza la estrella a afirmarse en los cielos del crepúsculo.
Como empieza a formarse en las duras entrañas de la
tierra, el subterráneo manantial que un día aflorará
en riachuelo, y se irá transformando en río y en torrente.
Así fue. Entre el polvo de mi sendero abrupto y
solitario, apareció-no sé cuándo ni cómo- y
silenciosamente se colocó a mi vera.
No supe que era El, mas yo sentía más firme ahora el
báculo, más fuerte y más ligero el pie, más puro el
aire, más ancho el horizonte y menos fatigosa la jornada.
Y empecé a ver que el polvo del camino se me iba
haciendo polvo de oro al sol de aquella su presencia misteriosa,
y a sentir que cautivo iba quedando del dulce compañero mi albedrío,
y que empezaba a arder mi corazón...
Así fue. ¿Cuándo y cómo?
No lo sé, pero un día
tuve ya un Compañero en mi camino.
¡Y era El!”
Quédate con nosotros, Señor. Necesitamos de ti. Revélate en la Palabra y en el gesto cotidiano de partir y compartir el pan. Revélate en el abrazo y en este desandar camino, compartiendo la caminada y la vida. Quédate con nosotros, Señor, en estos tiempos cargados de incertidumbres y dificultades. Tiempos de angustias y de miedos. Quédate con nosotros, Señor, hoy y siempre. Amén. 

sábado, 25 de abril de 2020

Degustar el poder del Evangelio

“Por medio de Cristo, ustedes creen en Dios, el cual lo resucitó y lo glorificó; así que ustedes han puesto su fe y su esperanza en Dios.”
1 Pedro 1,21


“En cierta ocasión un no creyente estaba dando una charla acerca de la ‘no existencia de Dios.’  Él decía, ‘Dios no existe, nadie lo ha visto, ha sido un invento para engañar a la gente,’ y continuó un buen rato en su argumentación contra la existencia de Dios. Al terminar la charla, invitó a los oyentes que tuvieran inquietudes a preguntar lo que quisieran.  Entonces, se levantó un creyente que había seguido muy atento la charla, y que estaba comiendo una naranja, le preguntó: ‘Amigo mío, ¿esta naranja que estoy comiendo está dulce o ácida?’  El ateo, muy enojado, le contestó, ‘¿cómo voy a saber si no la he probado?’. El creyente respondió: ‘Entonces, ¿cómo usted puede asegurar que Dios no existe, si no lo ha probado?’” Y nosotros, ¿hemos probado a Dios? ¿Hemos degustado el poder del Evangelio de Cristo? Es por medio de Cristo que podemos creer en la existencia de un Dios que nos ama y nos cobija con cariño. Pues es Dios quien lo resucitó y lo glorificó. Si el misterio glorioso de la Pascua de resurrección se hizo carne en nosotras, si el tránsito de la muerte a la plenitud de vida ha comenzado a realizarse en medio nuestro a partir de esa tumba vacía, podemos entonces poner nuestra mirada, nuestra fe y esperanza, en aquel que ha hecho posible ese misterio y esa tumba. Degustar la buena nueva de Jesús en nuestras vidas es degustar la existencia de un Dios que lo hace posible. 

viernes, 24 de abril de 2020

Vida en y para la santidad

“… vivan de una manera completamente santa, porque Dios, que los llamó, es santo…” 1 Pedro 1,15 


Dios viene a nuestro encuentro y nos llama en Jesús, su hijo, el Cristo; quien se cruza en el camino de nuestras vidas una y otra vez.  Llamado que implica una invitación. Invitación a vivir ya no bajo los parámetros del mundo sino bajo los del reino, a experimentar la santidad en nuestras vidas de aquel que nos llamó primero. Seguramente, al igual que el joven Jeremías, anidamos muchas dudas en nuestros corazones: Que no estamos preparados, que no sabemos expresarnos correctamente, que tenemos temor ante el desafío que representa la misión encomendada.  Pero, llega el momento en que el celo por la palabra del Señor nos consume; que hay un fuego abrasador que surge dentro nuestro que nos quema, un viento impetuoso que nos impulsa hacia delante.  Entonces, en ese preciso instante somos definitivamente atraídos por Jesús y le seguimos.  Como quien descubre algo fundamental e imprescindible para su vida.  Y este paso, el paso que damos hacia Jesús, es el comienzo de una vida nueva; vida de la que aún no tenemos experiencia alguna y cuyos últimos alcances quizás comprenderemos al final del camino. Vida en y para la santidad.  Vida que es el paso que se abre a un mundo nuevo, una vida nueva, desconocido aún, pero deseado desde lo más profundo de nuestro corazón. Una vida completamente santa, porque Dios, que nos llamó, es santo. Vida con propósito y sentido, vida que ciertamente vale la pena ser vivida. En estos tiempos tan difíciles que nos tocan transitar ciertamente vivir en y para Cristo hace la diferencia. Dios nos bendiga. 

jueves, 23 de abril de 2020

Los brazos amorosos de Dios

“Por la fe que ustedes tienen en Dios, él los protege con su poder para que alcancen la salvación que tiene preparada, la cual dará a conocer en los tiempos últimos.” 1 Pedro 1,5


“Estaba ardiendo una casa. Todos se habían salvado, excepto un niño, en el segundo piso. La escalera estaba llena de llamas y humo y no había salida sino por la ventana. ¡Papá, papá! ¿Cómo escaparé?, gritaba el niño. Aquí estoy, gritaba el padre, déjate caer, te recibiré en mis brazos; tírate, Carlitos, yo te recibiré. Carlos salió a gatas por la ventana, pero allí quedó agarrado, porque tenía miedo, sabiendo que era muy largo el trecho hasta la calle. Suéltate, déjate caer, gritaba el padre. No puedo verte, papá. Pero yo sí te veo: aquí estoy; ten confianza, suéltate, que yo te salvaré. Tengo miedo de caer. Suéltate, tírate, gritaban otras voces, tu padre te recibirá con toda seguridad; no tengas miedo. Acordándose de la fuerza y del amor de su padre, el niño recobró la confianza y se dejó caer. A los pocos instantes se halló salvo en los brazos de su padre.” Allá abajo, en lo más profundo de nuestras dificultades, en lo más hondo de nuestras angustias, está nuestro buen Dios dispuesto a recibirnos cuantas veces caigamos. Allá abajo, o acá, bien cerca nuestro, los brazos del Señor están prestos a recibirnos y cobijarnos. La fe es lo que nos permite conocer y comprender el misterio del amor que el Señor tiene para con cada uno y cada una. El salto a los brazos amorosos de nuestro buen Dios, es el salto a la fe que todos y todas estamos invitados a dar. 

miércoles, 22 de abril de 2020

Con el corazón y las dos manos

“Manténganse despiertos y firmes en la fe. Tengan mucho valor y firmeza. Y todo lo que hagan, háganlo con amor.” 1 Corintios 16,13-14


“Un predicador meditaba en su cuarto de estudio, buscando una ilustración sobre el amor. De pronto entró en el cuarto su hijita pequeña, diciendo: Papá, siéntame un poco sobre tus rodillas. No, hijita, no puedo ahora; estoy muy ocupado, contestó el padre. Quisiera sentarme un momento en tus rodillas, súbeme, papá, insistió la pequeña. El padre no pudo negarse a una súplica tan tierna, y tomó a la niña y la subió a sus rodillas, y dijo: Hijita mía, ¿quieres mucho a papá? Sí que te quiero, contestó la niña, te quiero mucho, papá. ¿Cuánto me quiere, pues?, preguntó el padre. La niña colocó sus manecitas en las mejillas de su padre, y apretándolas suavemente, contestó, con afecto: Te quiero con todo mi corazón y con mis dos manos.” Las manos como extensiones del corazón, gesto concreto de la fe hecha acción. Acción de mantenerse despiertos, firmes en la fe, que implica a su vez ver en profundidad aquello que nos rodea e ir al encuentro del otro y de la otra en su necesidad. Tener el valor y la firmeza de trasponer los límites que los poderes de este mundo nos imponen, transmutando la desesperanza y el dolor en consuelo y esperanza. Y hacerlo con amor, con profunda misericordia y solidaridad para quien sufre. Abarcando con nuestras manos y abrazos los muchos corazones de quienes, dolidos, sufren. Comprometidos en la consecución del reino de Dios. Firmes en el testimonio del Jesús resucitado, quien entrega su corazón, y, desde los abiertos brazos de la cruz, nos ama. 

martes, 21 de abril de 2020

El cerdito del Señor

“Los domingos, cada uno de ustedes debe apartar algo, según lo que haya ganado, y guardarlo para que cuando yo llegue no se tengan que hacer colectas.” 1 Corintios 16,2


“En una ocasión, un cazador salió a buscar su alimento diario. Pasó todo el día y llegando la noche no había podido cazar nada. Fue entonces que poniéndose de rodillas rogó a Dios que le proveyera el alimento para su familia. Prometió que de todo lo que él le diera, la mitad sería para ofrendarlo. No pasaron veinte minutos y la trampa que puso atrapó dos cerditos. El cazador, muy contento comenzó a correr para la casa diciendo ¡uno para mí y otro para el Señor! De repente tropezó y uno de los cerdos se le escapó, entonces el cazador exclamó con gran voz: ¡Se fue el cerdito del Señor!” Debemos reconocer que uno de los temas que más ruido hace cada vez que se habla del mismo en la iglesia es el de la mayordomía; o, mejor dicho, nuestra relación con el dinero, y, por consiguiente, el buen o mal uso que de él hacemos.  Con mucha vergüenza y profundo pesar, debemos confesar al menos dos cosas en este sentido: Lo primero, nuestra relación con la iglesia, nuestros hermanos y hermanas, y, por consiguiente con Dios, no ocupa muchas veces un lugar preponderante en nuestras listas de prioridades.  Segundo, en íntima relación con lo anterior, lo que ofrendamos al Señor para nada guarda relación con todo lo que de él recibimos día tras día.  Una lástima, máxime cuando el dar tiene relación con darse uno mismo, con todo lo que esto conlleva e implica en cuanto a ser agradecidos. 

lunes, 20 de abril de 2020

La vasija agrietada

“Por lo tanto, mis queridos hermanos, sigan firmes y constantes, trabajando siempre más y más en la obra del Señor; porque ustedes saben que no es en vano el trabajo que hacen en unión con el Señor.”
1 Corintios 15,58


Cuenta una fábula hindú: “Un cargador de agua tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía una grieta, mientras que la otra era perfecta y entregaba el agua completa al final del largo camino a pie desde el arroyo. Cuando llegaba, la vasija rota solo contenía la mitad del agua. Desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada porque solo podía conseguir la mitad de lo que se suponía debía hacer. Un día le habló al aguador diciéndole: Estoy avergonzada de mi misma y me quiero disculpar contigo. ¿Por qué?, le preguntó el aguador. Porque debido a mis grietas, solo obtienes la mitad del valor de lo que deberías. El aguador se sintió muy apesadumbrado por la vasija y con gran compasión le dijo: Cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino. Siempre he sabido de tus grietas y quise obtener ventaja de ello, sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde tú vas y todos los días tú las has regado. Sin ser exactamente cómo eres, no hubiera tenido flores sobre mi mesa. Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas, pero si le permitimos a Dios utilizar nuestras grietas podremos decorar no solo las nuestras sino muchas otras mesas.”

domingo, 19 de abril de 2020

Vivir con alegría y esperanza

“Ocho días después, los discípulos se habían reunido de nuevo en una casa, y esta vez Tomás estaba también. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, se puso en medio de ellos y los saludó, diciendo: ¡Paz a ustedes! Luego dijo a Tomás: Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado. No seas incrédulo; ¡cree! Tomás entonces exclamó: ¡Mi Señor y mi Dios! Jesús le dijo: ¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”
Juan 20,26-29


Hace una semana celebramos la fiesta de la Pascua, presencia del Cristo resucitado en medio nuestro, presencia que se repite una y otra vez y que se manifiesta de múltiples formas. Aun así, pareciera que necesitamos de señales visibles y palpables para poder creer. El mundo que vivimos, las contingencias que experimentamos, hacen muchas veces que nos cueste experimentar esa realidad proclamada en el día de la Pascua: El Señor ha resucitado. Esto ocurre porque la experiencia pascual en nuestras vidas muchas veces es una experiencia individual y solitaria, cuando, por lo contrario, el resucitado no puede ser visto y reconocido sino en la misma comunidad, allí donde dos o tres se reúnen en su nombre. Creer en Cristo resucitado es, pues, hacer nuestra la expresión de Tomás: Señor mío y Dios mío.  Creer que Dios está presente en la historia humana.  Que la vida vence a la muerte.  Que el Espíritu de Dios obrará la nueva creación.  Creer en Cristo resucitado es, también, vivir con alegría y con esperanza la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza, superar la angustia del miedo, la enfermedad y la muerte.  

sábado, 18 de abril de 2020

Grano, espiga y harina

“Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo material, también hay cuerpo espiritual.” 
1 Corintios 15,44


“Érase una vez un grano de trigo, pequeño y sencillo, que quería llegar al cielo. Así que se ofreció a Dios y se puso en sus manos de buen sembrador. El Señor, con mucho cariño, lo colocó en tierra buena donde el grano pasaba las noches muriendo a sí mismo renaciendo a una vida más hermosa y bella. Y empezó a crecer como espiga, débil y temerosa, azotada por las lluvias y mecida por los vientos. Y fue creciendo y creciendo acariciada por el sol. Cuando estuvo madura, un día de estío se presentó el segador. La espiga, alarmada, gritó: A mí no, porque yo estoy destinada al cielo. Pero el hombre, tal vez distraído, metió la hoz, despiadado, y quebró sus ensueños. Oh Señor, clamó entonces la espiga, ya no puedo llegar a tus brazos. Sálvame que muero. Pero el Señor respondió con un largo silencio. Y aquel hombre, tomando la espiga, bajo el trillo la puso al momento. Y los granos crujieron, y cual sarta de perlas preciosas, por la era rodaron deshechos. Y vinieron más hombres y metieron los granos de trigo en un saco viejo, llevándolos luego al molino, donde finísimo polvo se hicieron. Y la harina seguía llorando. Mientras, arriba en el cielo, seguían callando y aquí abajo, seguían moliendo. ¿Por qué callaría Jesús?, ¿por qué, si era pura e inocente, le negaba el consuelo? Pero ella obediente, seguía sufriendo. Y Jesús preparaba la harina hasta hacerla hostia. ¡Y así por fin grano, espiga, harina, en Jesús se fundieron!”

viernes, 17 de abril de 2020

Vuelvan verdaderamente al buen juicio

“Vuelvan verdaderamente al buen juicio…” 1 Corintios 15,34


“Al llegar a una ciudad cierto noble que andaba viajando, mandó fijar el siguiente anuncio: Pagaré las deudas de cualquiera que venga a verme mañana entre las ocho y las doce de la mañana. Dieron las once del día sin que nadie hubiese acudido; poco tiempo después fue llegando un pobre hombre que con mucha timidez y como con vergüenza le dijo: Señor, ¿es cierto que usted ha prometido pagar las deudas de cualquier persona que venga a verle? Sí, efectivamente así es. ¿Cuánto debe usted? El hombre dijo cuánto era y el caballero extendió un cheque por valor de la cantidad que debía, y le mandó que se sentase hasta que dieran las doce. Media hora más tarde llegó otro y fue tratado de la misma manera. Al dar las doce el noble despachó a los dos. Al salir a la calle se hallaron con muchos, dispuestos a burlarse de ellos por haber sido tan crédulos y haberse dejado engañar, según ellos creían; pero grande fue su sorpresa al ver los cheques que tenían en la mano. Entonces corrieron a la puerta de la casa; mas ¡ay! ya era tarde, ya había pasado la hora y la puerta estaba cerrada. Tuvieron que volverse entristecidos por no haber creído.” De nuestro buen juicio depende la diferencia que hagamos en nuestras vidas. Seremos alegres y dichosos al volvernos al Señor aceptando la salvación que Él obra, o, por el contrario, tristes y desdichados habiéndole negado  rechazando su misericordia y su amor. Como escribe el autor de la Epístola a los hebreos: “Si hoy escuchan ustedes lo que Dios dice, no endurezcan su corazón”.

jueves, 16 de abril de 2020

Sentido y propósito de nuestra existencia

“…Cristo tiene que reinar hasta que todos sus enemigos estén puestos debajo de sus pies;  y el último enemigo que será derrotado es la muerte.” 1 Corintios 15,25-26


La muerte forma parte de la vida. Eso ocurre con nosotros y nosotras y, también, con la naturaleza misma. Todo lo que nace, crece, se desarrolla, y, luego, muere. Sin embargo, por más que naturalicemos la muerte ésta nos asusta. La suponemos nuestra enemiga. Como la maldad, el dolor, la enfermedad, el pecado; como todo aquello que, sabemos, nos hace daño. Estas cosas, que tanto nos paralizan y duelen, son aquellas cosas que Dios en Cristo viene a derrotar. A poner bajo sus pies, a someterlas. Nuestra confianza, nuestra certeza y esperanza, está puesta entonces en esta promesa de la cual el apóstol es testigo: Qué Cristo reinará hasta someter todos estos enemigos ‘debajo de sus pies’, el cual, ‘el último enemigo que será derrotado es la muerte’. La invitación que recibimos desde el Evangelio, buena noticia al mundo, es tener fe; creer contra toda apariencia de que esto es así, de que esta es una realidad que comienza a cumplirse ya, a ser plenamente visible en Cristo mismo. Poder creer y pensar esto, poder hacerlo carne en nuestras vidas, es poder a su vez reafirmar el proyecto de vida que Dios tiene para con cada uno y cada una. Sólo permitiendo que Él vaya transformando el sentido y propósito de nuestra existencia cada día es que será posible trascender la misma más allá de la aparente realidad de la muerte. Esa es la promesa, el brote nuevo y eterno que surge en cada Pascua. Después de todo, nuestra espera está fundada en la promesa de un Dios que ‘secará todas las lágrimas y ya no habrá muerte’. Amén.  

miércoles, 15 de abril de 2020

Una vida plena de sentido

“…si nuestro mensaje es que Cristo resucitó, ¿por qué dicen algunos de ustedes que los muertos no resucitan?” 1 Corintios 15,12


Este hombre Jesús, el Cristo, hijo de Dios mismo, enviado a dar testimonio a favor de su Padre, nació, creció y vivió como cualquiera de nosotros, de nosotras. Tuvo una vida plena de sentido, y, como consecuencia de su compromiso, sufrió la crueldad del martirio, del oprobio, de la muerte misma. Y, esta muerte, dolorosa y violenta, es recordada cada vez que traemos a la memoria su Pasión en Semana Santa. ‘Muerto y sepultado’, afirmamos, y, agregamos seguidamente, ‘al tercer día resucitó’. Esta es nuestra confesión, nuestra profesión de fe. En la misma afirmamos que, aún constatada, la muerte no pudo vencerlo, no supo cómo hacerlo. Parece una locura, pero esto es lo que creemos, o, al menos, decimos creer. Nos basta para ello el relato evangélico de una tumba vacía, o el mensaje de alguien con vestiduras resplandecientes, o el anuncio de algunas pocas mujeres. Por eso, movidos por la fe, creemos, necesitamos hacerlo para darle un sentido a tanta vida. ¡La muerte ha sido vencida!, y, en consecuencia, afirmamos creer en ‘la resurrección de la carne y la vida perdurable’. Entonces, ‘¿por qué dicen algunos de ustedes que los muertos no resucitan?’. Si, movidos por el testimonio bíblico y por la fe, creemos en la resurrección de Cristo, Él, Señor en la vida y en la muerte, hará posible nuestra propia resurrección. Como lo hizo con Lázaro, con el hijo de la viuda de Naín, con tantos y tantas que siguen confiados y esperanzadas de que la muerte ya no tiene cabida en medio nuestro. Después de todo, aquella piedra removida del sepulcro es anticipo de esta lápida que será removida en nuestra tumba.

martes, 14 de abril de 2020

Mi sustento y mi victoria

“…les he enseñado la misma tradición que yo recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros pecados… lo sepultaron y resucitó al tercer día…” 1 Corintios 15,3-4


Aquello que anidaba en mí y me separaba de Dios y de mis hermanos y hermanas. Aquello que esclavizaba y sometía mi vida cada día. Aquello que me sujetaba e impedía andar libre el camino junto al otro, junto a la otra. Aquello que doblegaba mi espalda y paralizaba mi cuerpo, que me impedía el encuentro, el afecto, el concreto gesto del abrazo. Aquello que una y otra vez imposibilitaba en mí el compromiso solidario, el apretón de manos, la empatía. Aquello que oprimía mi corazón, amordazaba mi alma, mi conciencia adormecía. Todo aquello ha sido clavado en la cruz. Todo ha muerto, quedado atrás, sepultado. Ha sido vencido. Todo aquello y mucho más. Porque este hombre de nombre Jesús, llamado el Cristo, lo ha hecho posible. Porque presiento, sospecho, finalmente sé que así ha sido. Por el testimonio de aquellos hombres, aquellas mujeres, tengo la certeza de que todo eso que en mí anidaba y suponía una carga ha sido quitado, borrado para siempre. Por el testimonio de este otro pecador llamado Pablo, homónimo de quebrantamiento, constancia y fe, sé que así es. Que lo viejo y caduco ha quedado atrás. Que lo novedoso y fresco se ha abierto paso. Que Cristo, hombre nuevo, ha muerto por mis pecados, restituyendo así lo que era al principio y estaba roto. Que Cristo fue sepultado, sepultando con él todo aquello que en mí pesaba, para levantarse, y levantarme, libre ya de las ataduras del pecado, de la muerte. En ese levantarse, desligarse; en ese resucitar, este alzarse; en este Jesús el Cristo, hijo de Dios, está mi sustento y mi victoria.

lunes, 13 de abril de 2020

Testigo firme del Cristo vivo

“…Jesús…se apareció primero a María Magdalena... Ella fue y avisó a los que habían andado con Jesús… Éstos…no lo creyeron.”
Marcos 16,9-11


María Magdalena ha caminado junto a Jesús. Ha sido testigo de sus muchos milagros. Ha escuchado sus palabras y estado atenta a sus enseñanzas. Ha visto en Jesús a aquél que le restituyera la dignidad. A aquél que le tomara la mano para levantarla cuando estaba postrada. Ha encontrado en Él alguien que le hablara a los ojos, que entablara una relación de iguales, que le pidiera más que ordenara, que le empoderara. Una mujer, que ha sabido muchas veces en su vida de silencio y frialdad, se convierte ahora en testigo del misterio: ¡Ha resucitado!  Y a pesar de quizás no terminar de comprender intuye que algo maravilloso ha ocurrido y va a dar aviso a quienes, como ella, han andado junto al maestro. Pero, se encuentra ante la incredulidad de quienes la escuchan. Quizás es demasiado el milagro para ser comprendido. Quizás el desanimo les ha ganado la pulseada. Quizás porque María Magdalena sea mujer es que no le creen. A pesar de todo, ella sabe que, al igual que muchas otras, es invitada ahora a ser testigos del que vive. A levantarse y vivir. Ya no muerta, jamás muerta, sino resucitada a la luz clara, plena, libre para siempre de tinieblas. Llamada al despertar de un día nuevo, una vida nueva. No más inmóvil, sino transitando el camino cada día. Ya no en silencio, sino alzando la voz y los pañuelos por quien calla todavía.   Ya no en soledad, porque son muchas, compartiendo la marcha y la danza. Ya no olvidada, sino recordada y presente en palabras y gestos. Anticipando reencuentros y sonrisas como anticipo del reino. Testigo firme del Cristo vivo.

domingo, 12 de abril de 2020

La muerte ha sido vencida para siempre

“Detrás de él llegó Simón Pedro…vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas…entró también el otro discípulo…y vio lo que había pasado, y creyó.”
Juan 20,6-8


Es domingo, casi de madrugada.  Las tinieblas de la noche aún nos rodean.  Es la oscuridad del desaliento, del dolor, de la angustia.  Vamos camino a la tumba.  Frente al sepulcro, cuando las tinieblas parecen disiparse, nos detenemos sorprendidos.  La piedra ha sido removida.  ¡Oh!  Terrible desaliento, profunda angustia.  Tanta oscuridad en la vida del mundo, en nuestra vida, nos impide comprender el milagro.  ¡Ha resucitado!  Él es ciertamente el Mesías que esperábamos.  ¡Él es nuestro Señor y Salvador!  Jesús vive.  La muerte no pudo con él.  Los clavos no pudieron sujetarlo en la cruz.  Las vendas no han podido sujetarlo en el sepulcro.  No está aquí sino que vive y vive para siempre.   Por eso, por encima de todo, celebremos la victoria de la vida.  Es Pascua.  Sopla un aire nuevo.  Cristo ha resucitado y se despierta la esperanza.  Ahora, ante la tumba vacía, al igual que el apóstol creemos en la resurrección de Cristo; negamos el poder de la cruz, el sufrimiento y la muerte.  ¡Ha resucitado!  He aquí nuestra confianza.  Éste que ha vencido el poder de la muerte hace posible esa esperanza.  Es Pascua.  Ahora sí, podemos volver a nuestra casa.  Volver con alegría, con gozo.  Volver, y por el camino anunciar a todos la buena nueva. Celebrar y gozarnos en la resurrección de Cristo, y, con la misma alegría, celebrar la confianza puesta en nuestra resurrección.  Al fin y al cabo, la muerte ha sido vencida para siempre. 

sábado, 11 de abril de 2020

Y la muerte no tendrá dominio

“…José compró una sábana de lino, bajó el cuerpo y lo envolvió en ella. Luego lo puso en un sepulcro excavado en la roca, y tapó la entrada del sepulcro con una piedra. María Magdalena y María la madre de José, miraban dónde lo ponían.” Marcos 15,46-47


Aguardando el día donde se verá cumplida la profecía, comparto un poema de Dylan Thomas titulado: ‘Y la muerte no tendrá dominio’.
“Y la muerte no tendrá dominio.
Los hombres desnudos han de ser uno solo
con el hombre en el viento y la luna poniente;
cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor;
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,
atados a una rueda no serán destrozados;
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no estallarán.
Y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Y las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.” 

viernes, 10 de abril de 2020

Todo se ha cumplido

“Jesús bebió el vino agrio, y dijo: Todo está cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.” Juan 19,30


Todo se ha cumplido en esa cruz. Esa cruz que carga con el peso de un hombre, Jesús. Un peso que es tu propio peso. Quizás el peso de esa enfermedad que apareció de pronto, sin sospechas, y te va consumiendo rápidamente.  Quizás la carga de esa otra enfermedad que desde hace tiempo, lentamente, te va ganando y ya no soportas.  Quizás sea tu preocupación por esa joven adolescente casi niña que carga con un embarazo no deseado.  O por ese joven niño que parece encontrar respuestas a sus preguntas en el alcohol y el vicio. Quizás tienes que soportar las largas e interminables colas, ante la guardia en los hospitales, ante la caja para el pago de jubilación en los bancos, ante los trámites en las oficinas de tu obra social.  Quizás la preocupación por tu hijo o por tu hija al momento de tomar decisiones: Que si estudio, que si trabajo, que si espero un tiempo.  Quizás tú, joven, cuando ya las decisiones en tu vida comienzan a tener incidencia sobre ti y no encuentras salida a los problemas que te acosan.  Soportas el peso de responsabilidades para las cuales quizás sientes que no estás preparado.  Quizás pensar en lo que venga después de esto. Quizás… Tal vez te parezca que ya nada tiene sentido.  Tal vez pienses que abres el surco en la tierra sólo para ver crecer la gramilla.  Tal vez sientas que la carga de tu trabajo ya es demasiado para ti.  Que nada vale la pena.  Que nada vale tu esfuerzo.  Que nada vale…  

jueves, 9 de abril de 2020

Les he dado este ejemplo

“Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la capa, se sentó otra vez a la mesa y les dijo: ¿Entienden ustedes lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho.”
Juan 13,12-15


Todo está próximo ha cumplirse. Llega el tiempo para Jesús de culminar su misión. Pero, antes de su entrega, queda tiempo para un gesto más.  Toda su vida ha estado al servicio de los demás y es esto lo que nos pide ahora, que hagamos como él.  Siendo el primero, no tiene ningún reparo en lavarles los pies a sus discípulos.  Este gesto implica una invitación que es compromiso: Estar atentos a las necesidades de los demás, especialmente los más pobres, los más humildes.  Aquellos que casi nunca tienen un lugar en nuestras mesas. Revivir en el gesto la palabra encarnada. Hoy, escuchamos el mandato de Jesús: “Les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho.” Mandato que se hace verdad en la vida de tantos y tantas que sirven a los pobres y humildes del mundo entero.  Pueda ser que en este día, en que nos encaminamos al misterio de la obscuridad que se aproxima, podamos servir al Señor en el servicio a quien sufre.  Quiera Dios bendecir nuestras vidas, para que, alimentados con su gracia, podamos entregarnos en el servicio fraterno cada uno de los días de nuestras vidas.

miércoles, 8 de abril de 2020

Hoy vamos, Señor, por un camino

“Durante la fiesta, Pilato dejaba libre un preso, el que la gente pidiera. Un hombre llamado Barrabás estaba entonces en la cárcel, junto con otros que habían cometido un asesinato en una rebelión. La gente llegó, pues, y empezó a pedirle a Pilato que hiciera como tenía por costumbre. Pilato les contestó: ¿Quieren ustedes que les ponga en libertad al Rey de los judíos? Pero los jefes de los sacerdotes alborotaron a la gente, para que pidieran que dejara libre a Barrabás. Pilato les preguntó: ¿Y qué quieren que haga con el que ustedes llaman el Rey de los judíos? Ellos contestaron a gritos: ¡Crucifícalo! Pilato les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: ¡Crucifícalo! Entonces Pilato, como quería quedar bien con la gente, dejó libre a Barrabás; y después de mandar que azotaran a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran.” 
Marcos 15,6-9.11-15


Comparto un bello poema de Elizabeth Hernández Carrillo.
“Hoy vamos, Señor, en un camino,
que se ve como la ruta del calvario.
Es cuaresma y nos sentimos ya crucificados.
La vía dolorosa se hace lenta e interminable.
No, hoy no es la multitud gritando ¡crucifícalo!
Es la multitud que está siendo sentenciada.
Hoy son unos cuantos, los poderosos, Señor
que: gritan, escupen, maldicen, golpean
y coronan a este mundo con espinas
de dolor y muerte.
Guerras, terrorismo, secuestros, corrupción,
enfermedades, abusos a niños y niñas,
despidos de hombre y mujeres,
hambre....
Hoy vamos, Señor, por un camino
que se ve como la ruta del calvario.
Es cuaresma y nos sentimos ya crucificados.
Danos fuerzas, Señor.
Gracias por acompañarnos en esta ruta
para ti ya conocida.
Afianza nuestra esperanza de
¡Resucitar para Vida!”   

martes, 7 de abril de 2020

La negación del apóstol

“Pedro estaba abajo, en el patio. En esto llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote; y al ver a Pedro, que se estaba calentando junto al fuego, se quedó mirándolo y le dijo: Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret. Pedro lo negó, diciendo: No lo conozco, ni sé de qué estás hablando. Y salió fuera, a la entrada. Entonces cantó un gallo. La sirvienta vio otra vez a Pedro y comenzó a decir a los demás: Éste es uno de ellos. Pero él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron de nuevo a Pedro: Seguro que tú eres uno de ellos, pues también eres de Galilea. Entonces Pedro comenzó a jurar y perjurar, diciendo: ¡No conozco a ese hombre de quien ustedes están hablando! En aquel mismo momento cantó el gallo por segunda vez, y Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: Antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces. Y se echó a llorar.” 
Marcos 14,66-72


La cita precedente me hizo recordar un poema de Francisco de Quevedo titulado: Poema a la negación de Pedro a Jesús. Comienza dedicándolo precisamente “A San Pedro, cuando negó a Cristo, Señor nuestro”, y, escribe: 
“¿Adónde, Pedro, están las valentías
Que los pasados días
Dijisteis al Señor? ¿Dónde los fuertes
miembros para sufrir con él mil muertes
pues sola una mujer, una portera,
os hace acobardar desa manera?
A Dios negasteis; luego os cantó el gallo,
y otro gallo os cantara a no negarlo;
pero que el gallo cante
por vos, cobarde Pedro, no os espante:
que no es cosa muy nueva o peregrina
ver el gallo cantar por la gallina.” 

lunes, 6 de abril de 2020

Jesús dijo: Sí, yo soy

“Jesús le dijo: Sí, yo soy.” Marcos 14,62


Es Jesús mismo quien, en el marco del interrogatorio previo a su crucifixión y muerte, asevera ser el Mesías. Ahora nos toca a cada uno y cada una creer en él, y, en lo que ha de significar su sacrificio y entrega para nosotros y nosotras. Comparto un poema de Max Echeverría Burgos, sacerdote jesuita, que se titula: Jesús en quien creo.
“Creo en el Jesús humano
humilde niño de Nazaret,
que entre olor a madera y dulzura filial
supo descubrir el amor del Padre
a la humanidad.
Amor que despertó su vida,
en el amanecer del Reino que llegaba,
al descubrir en cada hombre y mujer
la grandeza del Dios encarnado.
Es mi Cristo de pies morados
De tanto pasar frío;
pero que a la vez
están rojos de la pasión andada
por el hombre y sus caminos.
Es Jesús de silencios;
de sintonía con el Padre.
Rostro que hoy se repite,
en todas las gentes del mundo;
pues mi Cristo, es universal.
Rostro que hoy siento y veo
desfigurado como aquel día en la cruz.
Es mi Cristo en el llanto
del niño abandonado.
En los ojos clavados,
del emigrante en el mar.
En la voz femenina que aclama como María,
su Magníficat de Justicia e Igualdad.
O los surcos abiertos del obrero,
esperando su jornal.
Este es mi Jesús.
Eso y más es su identidad;
porque en cinco letras cabe
todo un hombre y mucho más.
Dios silente y escondido,
como plegaria suave al mar;
que te invita a entregarte
a su ritmo;
que te atrapa en libertad.
Que solo espera, a que tomes tu cruz,
para hacerte resucitar.”   

domingo, 5 de abril de 2020

¡Hosanna en el cielo!

“Y tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban: ¡Hosanna al Hijo del rey David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Mateo 21,9


Dice la letra de un antiguo himno escrito por Federico Pagura y Homero Perera: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! ¡Alzad, alzad las puertas del duro corazón! No viene revestido de su ropaje real; su túnica es de siervo, su cetro de humildad. ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! Que ofrece a los cansados  descanso y salvación. Es manso y es humilde y en su servicio está el yugo que nos lleva a eterna libertad.” El Domingo de Ramos que hoy celebramos es el día donde recordamos la entrada gloriosa de Jesús en Jerusalén. Entra en la ciudad en medio de las vivas y los cantos de quienes han acudido a celebrar la pascua. La gente cortan palmas o ramos de los olivos, y le reciben entre gritos ensordecedores: “¡Hosanna al Hijo del rey David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Jesús sabe que le espera la cruz, y él no rehúsa su camino. Acepta sobre si la miseria y el dolor de la humanidad y se entrega confiado al Padre. Viene a reinar, sí, pero no con el poder de las armas sino con la magnificencia de su amor. No quiere ni honores ni riqueza, por el contrario, escoge la pobreza, la debilidad, el servicio, la muerte... Es aclamado como el rey descendiente de David porque conquista los corazones de hombres y mujeres por medio de su amor y su entrega.    

sábado, 4 de abril de 2020

La violencia genera violencia

“…uno de los que estaban allí sacó su espada y le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote.  Y Jesús preguntó a la gente: ¿Por qué han venido ustedes con espadas y con palos a arrestarme…?”
Marcos 14,47-48


Escribe Liu Sungyuan: “Un cazador, hábil en imitar las voces de todos los animales de la selva, utilizaba su habilidad para cazarlos.  Los animales al oír su propia llamada, creían que algunos de su especie estaban allí, se acercaban sin miedo, y el cazador los abatía con sus flechas.  Nunca fallaba el método.  Un día fue a cazar ciervos y al llegar al lugar oportuno en la selva, se puso a imitar sus voces.  Antes de que pudieran llegar los ciervos, oyó la voz un lobo y, pensando que podría encontrar comida, ya que a un lobo le es fácil matar a un ciervo, acudió al instante.  El hombre se asustó al ver al lobo, pero tuvo presencia de ánimo y, para librarse de él, se puso a imitar el rugido del tigre.  En cuanto el lobo oyó, le entró miedo y desapareció a toda velocidad.  Pero entonces atraído por la voz de quien pensaba era otro tigre, llegó un tigre, y el cazador se asustó más todavía.  Para librarse del tigre imitó el bramido del oso, ya que hasta el tigre teme al oso y se aleja de él.  En efecto, el tigre se marchó inmediatamente, pero llegó un oso, y ya no hubo solución.  Al cazador se le había agotado el repertorio.  Quedó solo ante el oso, que se abalanzó sobre él y se lo comió.” Así suele ocurrir generalmente cuando a la violencia se responde con más violencia.

viernes, 3 de abril de 2020

Que se haga tu voluntad, Señor

“En seguida Jesús se fue un poco más adelante, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, de ser posible, no le llegara ese momento. En su oración decía: Abba, Padre, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” Marcos 14,35-36


“Se dice de una buena mujer, que al caer enferma, le preguntaron si quería morir o vivir, a lo cual contestó: Lo que Dios quiera. Pero, dijo uno de los presentes, si Dios lo dejara a tu voluntad para decidir ¿qué escogerías? Oh, si Dios me dejara a mí escoger, yo lo volvería a dejar a él decidir.” Jesús está a punto de ser arrestado. Sabe de la proximidad de su martirio y su muerte. Sabe que ha llegado la hora de beber de la amarga copa. Sabe que el sufrimiento y el escarnio están cerca. Y es entonces, en este momento, que su humanidad se manifiesta plenamente por un instante: “Abba, Padre, líbrame de este trago amargo.” Sin embargo, en su ruego confía: “Abba, Padre, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” Muchas veces en nuestras vidas hay situaciones difíciles que nos producen inquietud y acrecientan nuestro temor. Una dolencia, una enfermedad, la proximidad de la muerte; todo nos inquieta y hace que nos sintamos indefensos. El miedo nos paraliza. Es precisamente frente a la proximidad de la enfermedad y la muerte cuando debiéramos tener ese máximo gesto que implica nuestra fe: Avanzar confiados hacia los brazos de nuestro buen Dios. Él, en su amor y su misericordia, sabrá confortarnos. 

jueves, 2 de abril de 2020

Hay un Pedro en mí

“Jesús les dijo: Todos ustedes van a perder su fe en mí. Así lo dicen las Escrituras: ‘Mataré al pastor, y las ovejas se dispersarán.’ Pero cuando yo resucite, los volveré a reunir en Galilea. Pedro le dijo: Aunque todos pierdan su fe, yo no. Jesús le contestó: Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces.” Marcos 14,27-30


¿Cuántas veces hemos incurrido en la misma soberbia del apóstol? ¿Cuántas veces nuestro orgullo nos ha llevado a pensar o a decir: ‘Yo puedo’ o ‘yo tengo más fe’?; y, cuando sobreviene el momento de la prueba sentimos que la situación nos supera. Recuerdo una fábula de Esopo llamada ‘La lámpara y el estudiante’, que dice: “Erase una noche, que se anunciaba tenebrosa, cuando un estudiante se preparaba a realizar sus tareas. Llenaré de aceite mi lámpara y la encenderé para iniciar el trabajo, decía mientras sus manos encendían la lumbre. La lámpara brilló en la oscuridad con clarísima luz y dijo al muchacho: Observa cómo irradia mi luz. Es más resplandeciente que el Sol. En tanto que se vanagloriaba, vino una ráfaga de viento y la luz se apagó al instante. El estudiante volvió a encenderla, y le dijo: Déjate de hablar y dedícate a alumbrarme como antes. Recuerda que el fulgor de las estrellas jamás se apaga.” A veces es bueno pensar en lo frágil y débil que resulta nuestra fe cuando las dificultades sobrevienen a nuestras vidas. Cuando nos sentimos desvalidos es bueno recordar lo que el Señor nos dice: “Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad” (2 Corintios 12,9).

miércoles, 1 de abril de 2020

Vino nuevo de vida nueva

“Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios.” Marcos 14,25


El reino viene en camino. Y, cuando sea una realidad, será la hora precisa del vino nuevo. Vino nuevo de ese reino que viene a transformar profunda y radicalmente la vida del mundo, vino de los tiempos mesiánicos que ya han llegado. Vino de cosas nuevas y buenas. “Yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21,5), dice el Señor. Vino de amor y justicia. Vino, sangre derramada por esta humanidad que sufre y aguarda. Vino, sangre derramada sobre esta tierra que clama. Desde que Jesús se hizo sangre de mi sangre, de tu sangre, de todas las sangres, se hace comunión y se hace entrega. Porque lo nuevo del reino se hace presente en todos los vinos y todas las sangres que son derramadas y que se entregan como fuentes de vida indestructible e inagotable.  En todos los corazones angustiados, olvidados, ultrajados, palpita el corazón de Dios renovando el pacto hecho con su pueblo: “Mientras el mundo exista, habrá siembra y cosecha; hará calor y frío, habrá invierno y verano y días con sus noches” (Génesis 8,22).  “Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios” (Jeremías 32,38). Mientras tanto, Señor: Te pedimos que hagas de nuestra sangre una generosa fuente de vida.  Y que en nosotros fluya, realizando hoy la promesa de tu alianza, la sangre y el espíritu de Jesús. Es Él quien nos reviste con la nueva vida dada a beber en su sangre, vino nuevo que nos otorga la esperanza y la gracia. Vino nuevo de vida nueva.