“Pedro estaba abajo, en el patio. En esto llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote; y al ver a Pedro, que se estaba calentando junto al fuego, se quedó mirándolo y le dijo: Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret. Pedro lo negó, diciendo: No lo conozco, ni sé de qué estás hablando. Y salió fuera, a la entrada. Entonces cantó un gallo. La sirvienta vio otra vez a Pedro y comenzó a decir a los demás: Éste es uno de ellos. Pero él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron de nuevo a Pedro: Seguro que tú eres uno de ellos, pues también eres de Galilea. Entonces Pedro comenzó a jurar y perjurar, diciendo: ¡No conozco a ese hombre de quien ustedes están hablando! En aquel mismo momento cantó el gallo por segunda vez, y Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: Antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces. Y se echó a llorar.”
Marcos 14,66-72
La cita precedente me hizo recordar un poema de Francisco de Quevedo titulado: Poema a la negación de Pedro a Jesús. Comienza dedicándolo precisamente “A San Pedro, cuando negó a Cristo, Señor nuestro”, y, escribe:
“¿Adónde, Pedro, están las valentíasQue los pasados días
Dijisteis al Señor? ¿Dónde los fuertes
miembros para sufrir con él mil muertes
pues sola una mujer, una portera,
os hace acobardar desa manera?
A Dios negasteis; luego os cantó el gallo,
y otro gallo os cantara a no negarlo;
pero que el gallo cante
por vos, cobarde Pedro, no os espante:
que no es cosa muy nueva o peregrina
ver el gallo cantar por la gallina.”
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