“…ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Y esto es así para que anuncien las obras maravillosas de Dios, el cual los llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa.” 1 Pedro 2,9
Una historia originaria de Etiopía cuenta que “un anciano en su lecho de muerte llamó a sus tres hijos y les dijo: No quiero dividir en tres lo que poseo porque eso dejaría muy pocos bienes a cada uno de vosotros. He decidido dar todo lo que tengo, como herencia, al que se muestre más hábil, más inteligente, más astuto y más sagaz. He dejado encima de la mesa una moneda para cada uno de vosotros. Tomadla. El que compre con esa moneda algo con lo que se pueda llenar la casa completamente se quedará con todo. Los tres se fueron. El primer hijo compró paja, pero solo consiguió llenar la casa hasta la mitad. El segundo hijo compró sacos de pluma, pero no logró llenar la casa mucho más que el anterior. El tercer hijo, que consiguió finalmente la herencia, solo compró un pequeño objeto. Era una vela. Esperó hasta la noche, encendió la vela y llenó la casa de luz.” Somos, al decir del apóstol, una familia escogida… una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Es por ello que se nos encomienda anunciar las obras maravillosas de Dios, el cual nos llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa. Luz reflejo de la luz de Cristo. Luz que irradia el amor y la misericordia de Dios. Luz, signo de vida, testimonio de la Pascua.
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