jueves, 23 de abril de 2020

Los brazos amorosos de Dios

“Por la fe que ustedes tienen en Dios, él los protege con su poder para que alcancen la salvación que tiene preparada, la cual dará a conocer en los tiempos últimos.” 1 Pedro 1,5


“Estaba ardiendo una casa. Todos se habían salvado, excepto un niño, en el segundo piso. La escalera estaba llena de llamas y humo y no había salida sino por la ventana. ¡Papá, papá! ¿Cómo escaparé?, gritaba el niño. Aquí estoy, gritaba el padre, déjate caer, te recibiré en mis brazos; tírate, Carlitos, yo te recibiré. Carlos salió a gatas por la ventana, pero allí quedó agarrado, porque tenía miedo, sabiendo que era muy largo el trecho hasta la calle. Suéltate, déjate caer, gritaba el padre. No puedo verte, papá. Pero yo sí te veo: aquí estoy; ten confianza, suéltate, que yo te salvaré. Tengo miedo de caer. Suéltate, tírate, gritaban otras voces, tu padre te recibirá con toda seguridad; no tengas miedo. Acordándose de la fuerza y del amor de su padre, el niño recobró la confianza y se dejó caer. A los pocos instantes se halló salvo en los brazos de su padre.” Allá abajo, en lo más profundo de nuestras dificultades, en lo más hondo de nuestras angustias, está nuestro buen Dios dispuesto a recibirnos cuantas veces caigamos. Allá abajo, o acá, bien cerca nuestro, los brazos del Señor están prestos a recibirnos y cobijarnos. La fe es lo que nos permite conocer y comprender el misterio del amor que el Señor tiene para con cada uno y cada una. El salto a los brazos amorosos de nuestro buen Dios, es el salto a la fe que todos y todas estamos invitados a dar. 

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