viernes, 3 de abril de 2020

Que se haga tu voluntad, Señor

“En seguida Jesús se fue un poco más adelante, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, de ser posible, no le llegara ese momento. En su oración decía: Abba, Padre, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” Marcos 14,35-36


“Se dice de una buena mujer, que al caer enferma, le preguntaron si quería morir o vivir, a lo cual contestó: Lo que Dios quiera. Pero, dijo uno de los presentes, si Dios lo dejara a tu voluntad para decidir ¿qué escogerías? Oh, si Dios me dejara a mí escoger, yo lo volvería a dejar a él decidir.” Jesús está a punto de ser arrestado. Sabe de la proximidad de su martirio y su muerte. Sabe que ha llegado la hora de beber de la amarga copa. Sabe que el sufrimiento y el escarnio están cerca. Y es entonces, en este momento, que su humanidad se manifiesta plenamente por un instante: “Abba, Padre, líbrame de este trago amargo.” Sin embargo, en su ruego confía: “Abba, Padre, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” Muchas veces en nuestras vidas hay situaciones difíciles que nos producen inquietud y acrecientan nuestro temor. Una dolencia, una enfermedad, la proximidad de la muerte; todo nos inquieta y hace que nos sintamos indefensos. El miedo nos paraliza. Es precisamente frente a la proximidad de la enfermedad y la muerte cuando debiéramos tener ese máximo gesto que implica nuestra fe: Avanzar confiados hacia los brazos de nuestro buen Dios. Él, en su amor y su misericordia, sabrá confortarnos. 

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