“…Cristo tiene que reinar hasta que todos sus enemigos estén puestos debajo de sus pies; y el último enemigo que será derrotado es la muerte.” 1 Corintios 15,25-26
La muerte forma parte de la vida. Eso ocurre con nosotros y nosotras y, también, con la naturaleza misma. Todo lo que nace, crece, se desarrolla, y, luego, muere. Sin embargo, por más que naturalicemos la muerte ésta nos asusta. La suponemos nuestra enemiga. Como la maldad, el dolor, la enfermedad, el pecado; como todo aquello que, sabemos, nos hace daño. Estas cosas, que tanto nos paralizan y duelen, son aquellas cosas que Dios en Cristo viene a derrotar. A poner bajo sus pies, a someterlas. Nuestra confianza, nuestra certeza y esperanza, está puesta entonces en esta promesa de la cual el apóstol es testigo: Qué Cristo reinará hasta someter todos estos enemigos ‘debajo de sus pies’, el cual, ‘el último enemigo que será derrotado es la muerte’. La invitación que recibimos desde el Evangelio, buena noticia al mundo, es tener fe; creer contra toda apariencia de que esto es así, de que esta es una realidad que comienza a cumplirse ya, a ser plenamente visible en Cristo mismo. Poder creer y pensar esto, poder hacerlo carne en nuestras vidas, es poder a su vez reafirmar el proyecto de vida que Dios tiene para con cada uno y cada una. Sólo permitiendo que Él vaya transformando el sentido y propósito de nuestra existencia cada día es que será posible trascender la misma más allá de la aparente realidad de la muerte. Esa es la promesa, el brote nuevo y eterno que surge en cada Pascua. Después de todo, nuestra espera está fundada en la promesa de un Dios que ‘secará todas las lágrimas y ya no habrá muerte’. Amén.
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