En el paisaje se puede ver un molino con su tanque en medio del agua.
Los arbustos espinosos, que recuerdan el clima extremo, con agua hasta la copa.
Los animales que resistieron pastan felices en la pradera verde.
Pero las dunas todavía nos recuerdan que a la naturaleza, al igual que a nosotros, le cuesta renacer de la crisis, del dolor, de la ausencia.
Una extraña mezcla de verde y desierto nos acompaña por el camino. Tal vez para recordar lo que los habitantes de estos lugares no se cansan de repetir: "7 años buenos y 7 años malos", es bíblicos y es nuestra realidad. Tuvimos años de abundancia, ahora nos llegó la sequía, pero los tiempos buenos van a volver así como los malos.
El agua trajo la vida, hasta sobre las dunas... y todo sirve para frenar el viento, para que la arena, la tierra, no vuele.
Pero hay un largo camino todavía. Un camino de aprendizaje, un camino para recordar que estamos en la mano de Dios y que no nos abandona. Que siempre después de la lluvia sale el sol y que después de la sequía viene el agua.
Si, el camino el largo y se necesita de la perseverancia, de la confianza en que si la avena recién nacida se vuela, hay que sembrar trigo, y volver a insistir hasta el cansancio. Dios nos acompaña en todo este proceso, difícil para los jóvenes, pero parte de la vida para los mayores.
Sin duda este clima sureño es lo más parecido a nuestras vidas, en donde matizamos entre el dolor y la alegría, que a veces paradógicamente van juntas. El verde y el desierto son parte de esta vida, que sólo es posible atravesar con una profunda fe en Dios, confiando que durante toda la vida nos sostiene en su mano y no permite que nadie nos arrebate de él.
¡Gracias, Señor, por tu amor infinito! ¡Gracias porque a través de las dificultades nos permites valorar tus bendiciones! ¡Gracias, Señor, porque a pesar de que no siempre te respondemos de la misma manera siempre estás a nuestro lado!
Estela Andersen