sábado, 18 de abril de 2020

Grano, espiga y harina

“Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo material, también hay cuerpo espiritual.” 
1 Corintios 15,44


“Érase una vez un grano de trigo, pequeño y sencillo, que quería llegar al cielo. Así que se ofreció a Dios y se puso en sus manos de buen sembrador. El Señor, con mucho cariño, lo colocó en tierra buena donde el grano pasaba las noches muriendo a sí mismo renaciendo a una vida más hermosa y bella. Y empezó a crecer como espiga, débil y temerosa, azotada por las lluvias y mecida por los vientos. Y fue creciendo y creciendo acariciada por el sol. Cuando estuvo madura, un día de estío se presentó el segador. La espiga, alarmada, gritó: A mí no, porque yo estoy destinada al cielo. Pero el hombre, tal vez distraído, metió la hoz, despiadado, y quebró sus ensueños. Oh Señor, clamó entonces la espiga, ya no puedo llegar a tus brazos. Sálvame que muero. Pero el Señor respondió con un largo silencio. Y aquel hombre, tomando la espiga, bajo el trillo la puso al momento. Y los granos crujieron, y cual sarta de perlas preciosas, por la era rodaron deshechos. Y vinieron más hombres y metieron los granos de trigo en un saco viejo, llevándolos luego al molino, donde finísimo polvo se hicieron. Y la harina seguía llorando. Mientras, arriba en el cielo, seguían callando y aquí abajo, seguían moliendo. ¿Por qué callaría Jesús?, ¿por qué, si era pura e inocente, le negaba el consuelo? Pero ella obediente, seguía sufriendo. Y Jesús preparaba la harina hasta hacerla hostia. ¡Y así por fin grano, espiga, harina, en Jesús se fundieron!”

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