“Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió a su encuentro, y lo recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo. Pero el padre ordenó a sus criados: Saquen pronto la mejor ropa y vístanlo; pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el becerro más gordo y mátenlo. ¡Vamos a celebrar esto con un banquete! Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.” Lucas 15,20-24
Se cuenta que cierto día “un caballero se encontró en una calle de una gran ciudad a un muchachito que veía a todos lados como en busca de alguien, y al parecer muy asustado. Acercándose el caballero a él le preguntó qué le ocurría; el niño le dijo que andaba en busca de su padre que se le había perdido. ¿Es tu papá un señor de tales y tales señas? Sí, señor, respondió el niño. Entonces no tengas cuidado, acabo de encontrarlo en la calle próxima y también él te anda buscando; no tardarás en encontrarlo; tú lo buscas y él te busca y tendrán que hallarse.” Al igual que el padre de la parábola, nuestro buen Dios siempre está atento a nuestro regreso; más aún, sale en nuestra búsqueda sin importar el tiempo que la misma lleve. Hasta el último instante sabemos que podemos volver la mirada, pegar la vuelta, y arrojarnos en sus brazos. El amor de Dios todo lo perdona.
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