viernes, 6 de diciembre de 2019

2do Domingo de Adviento

“Yo, en verdad, los bautizo con agua para invitarlos a que se vuelvan a Dios; pero el que viene después de mí los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.” Mateo 3,11


Juan, ¡cuánta integridad en tu persona!, ¡cuánta profundidad en tu mirada! Aun con tus temores y tus dudas, ¡sí! Pero siempre proclamando a los cuatros vientos desde la inmensidad del desierto: “El reino de Dios está cerca…”. Tú, qué haces honor al significado de  tu nombre, pues en verdad le eres fiel a Dios. Tú, que nos invitas a apartarnos del vértigo cotidiano. Hacer un alto en el camino y mirar. Mirar hacia delante. Mirar hacia el horizonte para descubrir el reino de Dios que viene, trayendo consigo lo nuevo, donde la humanidad se encuentra consigo mismo en su encuentro con Cristo. Y nos invitas, en medio de la espera que significa el Adviento, a ser una comunidad de creyentes que dan testimonio que vale la pena la espera. Espera que significa también conversión, compromiso: “Conviértanse, porque el reino de Dios está cerca…”; “preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Reino que exige un bautismo en el Espíritu, en el agua y en el fuego. Agua que purifica y lava, fuego que quema, Espíritu, viento de Dios, que nos enciende. Viento de Dios que empuja, que nos pone en movimiento hacia el Adviento.  Juan, quien poco después señalaría con el dedo a Jesús para afirmar: Este es, es quien nos hace mirar hacia delante, hacia el reino que viene. Quien confiesa y bautiza, quien invita volverse al Señor. Quien exhorta una y otra vez a mantenerse firmes y fieles a la promesa del único Dios vivo. 

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