“…mientras el rey se paseaba por la terraza de su palacio…, dijo: ¡Miren qué grande es Babilonia! Yo, con mi gran poder, la edifiqué…, para dejar muestras de mi grandeza. Todavía estaba hablando… cuando se oyó una voz del cielo, que decía: Oye esto, rey Nabucodonosor. Tu reino ya no te pertenece; serás separado de la gente y vivirás con los animales;… hasta que reconozcas que el Dios altísimo tiene poder sobre todas las naciones…, y que es él quien pone como gobernante a quien él quiere. En ese mismo instante se cumplió la sentencia anunciada, y Nabucodonosor fue separado de la gente; comió hierba…, y el rocío empapó su cuerpo, hasta que el pelo y las uñas le crecieron como si fueran plumas y garras de águila.”
Daniel 4,29-33
“Un hombre se jactaba de que no había nada que pudiese sujetar su voluntad a Dios y que le impidiera proceder como él quisiera. Un domingo, mientras sus vecinos iban al culto, él se quedó en casa trabajando, para demostrar así que él hacía lo que quería. Pero durante su trabajo le ocurrió un accidente que le ocasionó la pérdida total de un ojo y le dañó gravemente el otro. Durante el tiempo que tuvo que permanecer en casa para atenderse, reflexionó sobre su estado físico y reconoció lo peligroso de él. Por el peligro en que había estado su cuerpo, comprendió el peligro en que se hallaba su alma, si no se humillaba y arrepentía de sus pecados delante del Señor. Así lo hizo, y desde entonces pudo dar alabanza al Señor por su gracia y misericordia, y por haberle hecho reconocer su soberbia por medio de aquel accidente.”
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