“Y claro está que la religión es una fuente de gran riqueza, pero sólo para el que se contenta con lo que tiene.” 1 Timoteo 6,6
“Una mujer con poca suerte fue la última en enterarse que el poderoso mago iba a repartir sus tesoros. Vaya, ya no tengo nada más que este cofre, dijo, pero como es muy valioso no pensaba dárselo a nadie. Sin embargo, tú pareces buena, si lo cuidas podrás quedártelo y usarlo como quieras. La joven se alegró de haber tenido suerte por primera vez, y comenzó a empujar el cofre hasta su casa. Como era un cofre muy pesado, pronto se cansó, así que lo abrió para sacar lo que hubiera dentro. Pero dentro no había nada. Furiosa, pensó que todo había sido una broma. Se lamentó por su mala suerte, pues había prometido cuidar un enorme cofre vacío y sin valor. Cansada y desanimada, no dudó en dejárselo a una pareja que se cruzó en su camino. Al ver que les ofrecía su gran cofre se llenaron de alegría. Comprendieron que la mujer no era capaz de admirar la belleza del cofre, y se lo quedaron encantados. El viaje fue duro y pesado, pero ellos sabían que no era un cofre vulgar y corriente, y no les importó hacer un gran esfuerzo. En su casa lo cuidaron y limpiaron. Tanto lo pulieron, que descubrieron lo que siempre les había dicho su corazón: El cofre era un gran tesoro, pues todo él estaba hecho de oro y piedras preciosas. Solo una persona fue incapaz de verlo: La pobre mujer, para quien aquel cofre nunca perdió el aspecto de una enorme y pesada caja vacía.”
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