viernes, 29 de mayo de 2020

Entregar el corazón no duele

“Y tú, hijo mío, saca fuerzas de la bondad que Dios te ha mostrado por medio de Cristo Jesús.” 2 Timoteo 2,1


“Cierto joven proclamó que él poseía el corazón más hermoso de todos. La multitud se congregó a su alrededor y todos coincidieron en que era el más hermoso corazón, pues no se observaba en él ni un solo rasguño. El joven se sintió orgulloso. Un anciano salió de entre la gente y dijo: No mientas. Tu corazón no es tan hermoso como el mío. Sorprendidos, todos miraron el corazón del viejo y vieron que, aunque latía con mucha fuerza, estaba cubierto de cicatrices, en algunos sitios había trozos irregulares que no correspondían y en otros había incluso huecos sin rellenar. El joven se echó a reír y dijo: Estas bromeando. Comparar tu corazón con el mío no tiene sentido. ¡El mío es perfecto! Es cierto, contestó el anciano, el tuyo luce perfecto. Pero no lo es. Mira, cada cicatriz del mío es una persona a la cual entregué todo mi amor. A veces arranqué trozos para entregarlos y, muchos me regalaron un pedazo del suyo que coloqué como pude en el espacio que quedó vacío. De ahí su irregularidad. En ocasiones di trocitos de mi corazón y no me ofrecieron ninguno a cambio. Por eso, sus huecos. El joven permaneció en silencio, se arrancó un trozo de corazón y se lo entregó. El anciano lo colocó en su corazón como pudo. Después arrancó un trozo del suyo y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Su corazón ya no era perfecto, pero era mucho más hermoso que antes.” 

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