“Pues todo lo que Dios ha creado es bueno…” 1 Timoteo 4,4
“Una calurosa tarde de verano, se cubrió el cielo repentinamente de negras nubes y pronto el vívido resplandor de los relámpagos anunciaba una tempestad que se aproximaba. Retumbó el trueno en las alturas y el relámpago en zigzag resplandecía con siniestro brillo. La joven madre estaba de pie al lado de la cama de su niñito de cinco años, que estaba observando cómo los relámpagos jugueteaban alrededor de su cama. Como los relámpagos se sucedían uno tras otro, la joven se puso temerosa; entonces su niñito se volvió a ella, y mirándola con sus grandes ojos azules, le dijo: ¿Verdad que es brillante, mamá? ¿Está Dios encendiendo sus lámparas? El corazón de la madre se enterneció con la pregunta del niño, y todo temor la abandonó; reconoció que era Dios en verdad el que permitía la tempestad, y que él podía proteger a sus hijos en medio de ella. La confianza de su niño había reprendido sus temores.” ¿Cuántas veces en nuestras vidas nos habremos encontrado en una situación parecida? ¿Cuántas veces en medio de una tormenta habremos tenido temor, por nuestros seres queridos, y, también, por nosotros mismos? El niño del relato nos ayuda a redescubrir que nuestra fe se funda en aquel que ha creado los cielos, la tierra y todo lo que hay en ellos. Por lo tanto, ¿cómo no ha de ser bueno? Quizás, las tempestades que sobrevienen a nuestras vidas sean una manera de poder entender cuanto mal hemos hecho a aquello maravilloso que Dios nos ha dado, y, que nuestra seguridad está puesta en un Dios que es toda bondad y misericordia.
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