“…quien no se preocupa…de los de su propia familia, ha negado la fe y es peor que los que no creen.” 1 Timoteo 5,8
“Ya no los aguantaba más, siempre tan felices, entonces decidió incordiarlos. Lo primero fue utilizar la técnica de los platos rotos. Escondido bajo la mesa del comedor, esperó al momento en que papá e hija colocaban los platos recién lavados. Entonces, ¡doble zancadilla! ¡Nuevo récord de platos rotos! Comenzaron las discusiones y los gritos. Papá e hija aseguraban que alguien les había puesto la zancadilla y mamá les gritaba que eran igual de torpes. Lo segundo fue correr a la habitación del bebé y hacerlo llorar. ¡Han despertado al niño!, gritó mamá. Y terminaron gritándose entre ellos. Pensó que era fácil destruir la feliz familia, pero no. Los días siguientes utilizó todos sus trucos, pero por más jugarretas que les hizo, por más discusiones que provocó, no lo consiguió. No entendía, ¡nunca había fracasado! Se quedó solo, sin casa y sin trabajo. No había podido con una simple familia del montón. Después de superar su enojo decidió investigarlos para saber cómo lo habían hecho. Tendrían que estar protegidos por alguna magia, amuleto o extraño secreto. Entonces, descubrió que, cada noche, antes de acostarse, sacaban un pequeño cofre, miraban su contenido, y después se daban un abrazo que les devolvía la sonrisa. Le costó llegar hasta aquel cofre. Cuando lo consiguió, a la luz de una vela, miró en su interior. No encontró piedras mágicas, ni hechizos, ni amuletos. Sólo una antigua servilleta de papel que habían escrito años atrás, justo después de su primera discusión. En ella se podía leer: Perdonar será nuestra forma de amar.”
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