“Como buenos administradores de los diferentes dones de Dios, cada uno de ustedes sirva a los demás según lo que haya recibido. Cuando alguien preste algún servicio, préstelo con las fuerzas que Dios le da. Todo lo que hagan, háganlo para que Dios sea alabado por medio de Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder para siempre. Amén.” 1 Pedro 4,10-11
“Un padre fue a visitar a su hijo, quien era médico en una gran ciudad. Después de las salutaciones usuales, el padre dijo al hijo: Hijo, ¿cómo va tu negocio? No muy bien, papá, fue la respuesta. En esa misma tarde el padre acompañó a su hijo a una clínica donde el médico donaba sus servicios una tarde cada semana. Veinticinco personas desafortunadas, pobres, recibieron los servicios del médico uno por uno. Cuando el último había recibido un tratamiento y la puerta fue cerrada, el padre dijo: Hijo, ¿no me dijiste esta mañana que no anda bien tu negocio? Si yo pudiera ayudar a veinticinco personas en un mes consideraría que mi vida servía para algo. Pues sí, papá, estoy ayudando a otros; pero no estoy ganando mucho dinero. ¡Dinero!, exclamó el padre, ¿qué vale el dinero comparado con el privilegio de ayudar a nuestros prójimos?” Cada uno de nosotros y nosotras ha recibido un don el cual debemos administrar convenientemente. Y la mejor forma de hacerlo es poniéndolo al servicio de los demás, no con el afán de obtener una ganancia, sino para que Dios sea alabado por medio de Jesucristo. Así como Cristo se ha dado en servicio para con la humanidad toda, así, quien cree, debe brindarse generosa y humildemente a quien lo necesita.
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