martes, 31 de marzo de 2020

La cena del Señor

“Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos.” Marcos 14,22-24


Mesa servida y extendida. Pan para satisfacer nuestra hambre, copa para saciar nuestra sed. Aquél maná caído del cielo en el desierto, aquella roca en el Horeb de la cual manaba el agua, suplidos para siempre en este cuerpo, en esta sangre. En torno a la mesa, nosotros y nosotras, una multitud hambrienta y sedienta.  Una multitud hastiada de vivir una vida vacía y sin sentido. Hartos de cosas que el mundo nos brinda cada día, todos los días, y, sin embargo, nuestro espíritu sigue hambriento y sediento.  El hombre, la mujer, que somos hoy nosotros buscamos con ansiedad y premura ese pan que alimente plenamente nuestras vidas, esa copa que sacie plenamente nuestra sed. Y aquí está Jesús, pan partido y compartido, sangre entregada y derramada. Pan de bendición, copa de comunión. Hoy se nos invita a hacer un alto en el camino para degustar la mesa, renuevo del reino en medio nuestro.  Hoy Jesús nos ofrece el gran banquete que Dios nos tiene preparado. A cada hombre, a cada mujer viene Dios a consolar y alimentar. A este hombre, esta mujer, le invita Dios a comer y beber el pan y la copa del reino. Que podamos vaciarnos para llenar nuestras vidas con lo único que prevalece. Amén.

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