“Jesús decía en su enseñanza: Cuídense de los maestros de la ley, pues les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo respeto en las plazas. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los mejores lugares en las comidas; y despojan de sus bienes a las viudas, y para disimularlo hacen largas oraciones.” Marcos 12,38-40
“Un capellán, cuentan, se aproximó a un herido en medio del fragor de la batalla y le preguntó: ¿Quieres que te lea la Biblia? Primero dame agua que tengo sed, dijo el herido. El capellán le convidó el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en kilómetros a la redonda. ¿Ahora?, preguntó de nuevo. Primero dame de comer, suplicó el herido. El capellán le dio el último mendrugo de pan que atesoraba en su mochila. Tengo frío, fue el siguiente clamor, y el hombre de Dios se despojó de su abrigo de campaña pese al frío que calaba y cubrió al lesionado. Ahora sí, le dijo al capellán. Háblame de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último mendrugo, y tu único abrigo. Quiero conocerlo en su bondad.” El reino se hace presente allí donde el amor actúa. Amor que da sin condiciones, sin que sea una carga para quien lo realiza. Y, este camino, camino de amor y de entrega, es, un camino silencioso. Como silencioso es el camino de la cruz. No solamente se renuncia a lo que se da, sino que también es importante la forma en que se da, en que uno se entrega. Que nuestra comunión sea lo que fue para Cristo: Un darnos todo a todos.
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