“Entonces Jesús les dijo: Pues den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios. Y su respuesta los dejó admirados.” Marcos 12,17
“En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, que ganaba el concurso al mejor producto año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos. ¿Por qué comparte su mejor semilla con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso?, preguntó el reportero. Verá usted, dijo el agricultor. El viento lleva el polen de un sembrío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada echaría a perder la calidad del mío. Si siembro buen maíz, debo ayudar a que mi vecino también lo haga. Lo mismo ocurre en nuestra vida. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, pues el bienestar de cada uno está unido al bienestar común.” En tiempos de pandemias y paranoias. En tiempos de sálvese quien pueda. En tiempos donde pareciera naufragar lo mejor de la especie humana, vale la pena dilucidar: Que es del mundo y que de Dios. La mezquindad y el egoísmo, o, el corazón abierto y generoso de una vida compartida y comprometida. El apóstol Pablo nos exhorta en su carta a los Gálatas: “Ayúdense entre sí a soportar las cargas, y de esa manera cumplirán la ley de Cristo.” Que Dios nos ayude a que así sea. Amén.
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