“Si entonces alguien les dice a ustedes: Miren, aquí está el Mesías, o Miren, allí está, no lo crean. Pues vendrán falsos mesías y falsos profetas; y harán señales y milagros, para engañar, de ser posible, hasta a los que Dios mismo ha escogido. ¡Tengan cuidado! Todo esto ya se lo he advertido a ustedes de antemano.” Marcos 13,21-23
El Mesías ha llegado, no aquí o allí sino en este Jesús en quien creemos. Este Jesús, el Cristo, que transforma el mundo y la realidad de nuestras vidas. Él es lo nuevo que irrumpe en nombre de Dios en medio de la historia humana. Él y solo él entre tantas voces, entre tantos falsos mesías y falsos profetas. Él, que habla acerca del fin del mundo, sí, pero sin atemorizar, solo invitando a la esperanza y la responsabilidad. Responsabilidad que amerita descubrir en medio nuestro al único Mesías. Esperanza sustentada en saber que podemos contarnos entre aquellos a los que Dios mismo ha escogido. Jesús es el único capaz de saciar no solo nuestra hambre material sino, también, el hambre espiritual. Solo en Él se hace presente el banquete que Dios ofrece a los pobres y enfermos, necesitados e indefensos, a la humanidad hambrienta. Reino que viene al encuentro de los más necesitados; o mejor dicho, de la humanidad necesitada. Reino que responde a nuestra realidad concreta de hombres y mujeres, aceptándonos así, tal como somos. A este hombre y a esta mujer que somos hoy nosotros y nosotras, ama Dios por medio de Jesucristo. Hoy es el tiempo preciso, donde en medio de tantas voces y tanto ruido se levanta la única voz capaz de alimentarnos y darnos cobijo.
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