“Jesús le dijo: Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Juan 3,3
Nacer de nuevo, ¡quien no quisiera! Ver el reino, ¡quien pudiera! Tan fácil y, al mismo tiempo, tan difícil. Fácil, porque el don de vida que nos hace Dios en Jesucristo está ahí nomas, al alcance de la mano. Difícil, porque nos negamos a abrirnos al amor de Dios que es lo que permite el cambio. Leemos en Juan 3,16: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Por eso es importante responder a ese amor de Dios, a esa aceptación, buscando en nuestra vida y en este nuestro mundo realizar la voluntad de Dios. Voluntad expresada claramente en los Mandamientos y en la máxima del Evangelio de Marcos: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Si hemos recibido la salvación y la vida eterna en Jesucristo, debemos entonces abrirnos al reino permitiéndonos nacer de nuevo. Naciendo en acciones concretas, acciones de amor y cariño, descubriendo que no hay mayor felicidad que sentirse útil haciendo feliz a otro, u otra, donde se nos presenta Jesús como anticipo del reino. No podemos experimentar a Dios en nuestras vidas sin que haya consecuencias visibles y concretas en nuestra relación con el prójimo, así como, no hay encuentro con Cristo en el prójimo sin que haya un cambio sincero y profundo en la totalidad de nuestra vida.
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