“El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús, que le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, quiero recobrar la vista. Jesús le dijo: Puedes irte; por tu fe has sido sanado. En aquel mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús por el camino.” Marcos 10,50-52
“Había una vez un hombre que a causa de una guerra en la que había peleado, había perdido la vista. Para poder subsistir y continuar con su vida, desarrolló una gran habilidad y destreza con sus manos, lo que le permitió destacarse como un prestigioso artesano. Sin embargo, su trabajo no le permitía más que asegurarse el mínimo sustento, por lo que la pobreza era una constante en su vida y en la de su familia. Cierta Navidad quiso obsequiarle algo a su hijo de cinco años, quien nunca había conocido más juguetes que los restos y desechos del taller de su padre con los que fantaseaba reinos y aventuras. Su papá tuvo entonces la idea de fabricarle, con sus propias manos un hermoso calidoscopio como alguno que él supo tener en su niñez. En secreto y por las noches fue recolectando piedras de diversos tipos que trituraba en decenas de partes, pedazos de espejos, vidrios, metales y maderitas. Al cabo de la cena de nochebuena pudo, finalmente imaginar a partir de la voz del pequeño, la sonrisa de su hijo al recibir el precioso regalo. El corazón del niño estaba lleno de emoción por el regalo que había recibido de las manos rugosas de su padre ciego, bajo las formas de aquel maravilloso juguete que él jamás había conocido...”
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