“…el que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás, y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser el esclavo de los demás. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir…” Marcos 10,43-45
Escribió el padre jesuita Félix Jiménez: “Había una vez un jefe que era muy orgulloso. Un día se paseaba por la ciudad diciendo: Soy el más grande. No hay otro como yo. Pero una anciana le dijo: Pues yo conozco a uno que es verdaderamente grande. Venga a mi casa. Al entrar el jefe en la casa, vio a la anciana y a un niñito gateando junto a ella. ¿Dónde está ese gran jefe del que me hablaste? La anciana cogió en sus brazos al bebé y le dijo: Éste es el grande del que le hablé. El gran jefe enfadado le gritó a la anciana: ¿Qué es esto? No intentes engañarme. Esto no es más que un bebé. El niño asustado comenzó a llorar. El jefe se conmovió. No quería asustarle. Arrodillado, se quitó las plumas de águila y halcón que llevaba en el pelo y acarició las mejillas del niño. Se quitó sus collares que hicieron de sonajero a los oídos del niño. Poco a poco el niño dejó de llorar y comenzó a escuchar y mirar. La anciana sonriendo le dijo: Se da cuenta que, incluso usted, que es el gran jefe, tuvo que dejar de hablar y tuvo que convertirse en su servidor. Dios no le hizo grande a usted, para que pudiera presumir de su grandeza, sino para que pudiera ayudar a los que no son tan fuertes como usted.”
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