“Jesús lo miró con cariño, y le contestó: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme. El hombre se afligió al oír esto; y se fue triste, porque era muy rico. Jesús miró entonces alrededor, y dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil va a ser para los ricos entrar en el reino de Dios!” Marcos 10,21-23
“Cierta vez, un contador especializado en el tema de impuestos, conversaba con una persona muy religiosa para determinar cuánto debía pagar al gobierno en concepto de impuestos. ¿Qué bienes posee usted?, preguntó el asesor impositivo. ¡Gracias a Dios, soy muy rico!, respondió el ministro. Hágame entonces una lista de sus posesiones, añadió el contador. Bien, tengo vida eterna; una mansión en el cielo; una paz que sobrepasa todo entendimiento, un gozo profundo; un amor divino que nunca me falla, una familia. Estos son todos mis bienes. Y después que mencionó todas esas posesiones el contador le dijo: Por esos bienes no se pagan impuestos.” El bien por el que debemos luchar día y noche es el reino de Dios, el reino de justicia, de amor y de paz; reino de libertad, en el que la persona humana vale por sí misma y no por lo que tiene. El problema no es si tenemos mucho o poco sino el lugar que el dinero ocupa en nuestra vida. Si queremos ser discípulos auténticos, probémoslo con algo concreto. Si decimos que hemos optado por Jesús y el reino de Dios, renunciemos a algo por esto nuevo que hemos elegido, pues el evangelio sustituye al verbo tener por el verbo compartir.
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