“Pero si hacen discriminaciones entre una persona y otra, cometen pecado y son culpables ante la ley de Dios. Porque si una persona obedece toda la ley, pero falla en un solo mandato, resulta culpable frente a todos los mandatos de la ley. Pues el mismo Dios que dijo: No cometas adulterio, dijo también: No mates. Así que, si uno no comete adulterio, pero mata, ya ha violado la ley.” Santiago 2,9-11.
“Se dice que en una ocasión el Duque de Wellington se disponía a participar de la Cena del Señor, y se arrodilló. En esos momentos un labriego hizo lo mismo junto al gran personaje. Entonces un diácono, de los encargados de distribuir los elementos de la Cena, se acercó al labriego y le dijo que se alejara del Duque; pero éste al darse cuenta de tal orden, puso uno de sus brazos en un hombro del campesino y le dijo con voz suave: Hermano, permanezca donde está, pues somos iguales en la mesa del Señor.” Si hay algo que caracteriza justamente a nuestra iglesia es que todos y todas, sin importar cuál sea su condición, están especialmente invitados e invitadas a tomar la Santa Cena. El mandato del apóstol es no hacer discriminación alguna, pues todos y todas somos pecadoras y pecadores al incumplir aunque mas no sea un solo mandato recibido. El sabernos pecadores no solo nos pone en igualdad de condiciones frente al hermano, la hermana, sino que también permite ante todo recibir el perdón de Dios como algo que nos viene como consecuencia de su amor y su misericordia. El amor es, debe ser siempre, aquello que nos motive en cada una de nuestras relaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario