“¡Basta ya de dormir, perezoso! ¡Basta ya de estar acostado! Mientras tú sueñas y cabeceas, y te cruzas de brazos para dormir mejor, la pobreza vendrá y te atacará como un vagabundo armado.” Proverbios 6,9-11
Se cuenta que “una madre trabajó y sufrió mucho para criar a su numerosa familia. Uno de los hijos llegó a ser gerente de una gran empresa. Cuando la madre quedó viuda ese hijo la invitó a vivir en la casa de él: Proveyó para ella un hermoso departamento y le asignó algunos sirvientes para que la cuidaran. Después de algunas semanas notaron que la madre salía a compras y se quedaba fuera de la casa todo el día. Notaron que siempre pedía al chofer que la dejara en cierta esquina a las ocho de la mañana y la recogiera a las cuatro de la tarde, tres días de cada semana y siempre los mismos días. Descubrieron que ella había conseguido trabajo como ama de casa. La madre explicó a su hijo que no quiso ofenderlo, pero que en verdad no estaba contenta al no tener ningún trabajo qué hacer.” El trabajo, cuando podemos tenerlo, no solo nos dignifica como personas sino que de alguna manera nos hace partícipes y coautores de la obra creadora de Dios. Lamentablemente vivimos tiempos muy complejos donde, si tenemos trabajo, casi siempre son precarizados o mal remunerados. Sin embargo, no por ello debemos cejar en el empeño y en la búsqueda de aquel oficio o profesión que no solo nos satisfaga sino que también permita nuestro sustento. Poder llevar el pan a la mesa como producto de nuestro esfuerzo ciertamente es algo invalorable, tanto así que no tiene precio.
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