“El monte Sión es un montón de ruinas; en él van y vienen las zorras.” Lamentaciones 5,18
“Al aproximarse a Jerusalén dos rabinos vieron una zorra que corría en el monte Sión. Uno de los rabinos, llamado Josué, se puso a llorar; pero el otro llamado Eleazar, se rió. ¿Por qué te ríes?, preguntó el que lloraba. ¿Y por qué lloras?, preguntó el que reía. Lloro, dijo el primero, porque veo el cumplimiento de lo que dice el libro de las Lamentaciones, pues el monte Sión está desolado y las zorras corren por él. Pues por la misma causa estoy riéndome, contestó el rabino Eleazar, pues cuando con mis propios ojos veo que Dios ha cumplido sus amenazas al pie de la letra, aumenta mi seguridad de que ninguna de sus promesas dejará de cumplirse: porque siempre está más dispuesto a manifestar su misericordia que a manifestar su severidad.” Un mismo acontecimiento, dos miradas que lo interpretan. Un mismo problema, una dificultad, dos respuestas. Muchas veces ocurre que frente a los acontecimientos difíciles, ante los problemas que nos rodean y angustian, surge la posibilidad de una respuesta negativa y otra positiva. Ante un mismo hecho, ante una misma zorra que corre por delante, dos interpretaciones contrapuestas. Surge el llanto, pero, también, la risa. La zorra es señal visible que aquello que ha sido profetizado está pronto a cumplirse, pero, a su vez, más allá de esa señal que en apariencia es destrucción y muerte, se levanta enhiesta la esperanza: Las promesas de Dios no dejarán de cumplirse, ahora bien, Él siempre está más dispuesto a manifestar su misericordia que a manifestar su severidad. Siempre sobreviene la calma tras la tormenta.
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