“Pero Dios nos ayuda más con su bondad, pues la Escritura dice: Dios se opone a los orgullosos, pero trata con bondad a los humildes.” Santiago 4,6
“Iba un labrador a visitar sus campos para ver si estaban en sazón la cosecha. Había llevado consigo a su pequeña hija, Luisita. Mira, papá, dijo la niña sin experiencia, cómo algunas de las cañas de trigo tienen la cabeza erguida y altiva; sin duda serán las mejores y las más distinguidas: esas otras de su alrededor, que la bajan casi hasta la tierra, serán seguramente las peores. El padre cogió algunas espigas y dijo: Mira bien, hija mía: ¿ves estas espigas que con tanta altivez levantan la cabeza? Pues están enteramente vacías. Al contrario, estas otras que la doblan con tanta modestia, están llenas de hermosos granos. El sabio y el bueno son humildes: la soberbia es propia del ignorante y del malo.” Frente a la vida, y frente aquellos que nos rodean, tenemos la posibilidad de actuar y relacionarnos ya sea con humildad o con soberbia. Del resultado de nuestra actitud dependerá si hemos sabido dar muchos o pocos frutos. No por más erguidos y altivos que permanezcamos ello redundará en beneficio. Al contrario, a menudo ocurre que la soberbia nos impide ver lo que ocurre y sucede a nuestro lado. En cambio, siendo humildes y generosos, abriendo nuestros brazos y corazones hacia aquellos que nos rodean, esto permite al grano ser fecundo. Por eso, la manifestación del Reino de Dios encuentra terreno propicio en los corazones de aquellos que se vacían de sí mismos para ser llenos de su bondad y misericordia. Entonces, hermanos, ¿cómo se encuentran hoy nuestras espigas?
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