“Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” Mateo 28,19-20
Hace una semana celebramos la fiesta de la iglesia. Este acontecimiento indica el final de la misión de Jesús y el comienzo de la misión de los apóstoles. Es en esta perspectiva, que leemos en el Evangelio como Jesús resucitado se aparece por última vez a sus apóstoles y les encomienda dicha misión. La iglesia entonces, se convierte ahora en el vivo testimonio de la obra redentora de Cristo. Se trata entonces de una misión que compete a todos los discípulos en todo tiempo y lugar. Es Jesús mismo quien nos envía al mundo a ser testigos de su obra. Es en Él, que Dios anuncia su triunfo por sobre el pecado y la muerte. Este es el mensaje que como iglesia debemos compartir. Así como los cristianos reunidos en Pentecostés no eligieron ni el tiempo ni el lugar para vivir su fe, tampoco nosotros elegimos este lugar, este tiempo. Es en el día a día donde debemos dar testimonio de la presencia de Cristo. Quienes nos rodean esperan, al igual que aquellos habitantes de Galilea, que el Jesús hecho Cristo se les presente y les cambie la vida. La diferencia es que hoy la tarea es nuestra. Aquí somos nosotros quien debemos dejarnos impulsar por el Espíritu para hacer posible la realidad de que en Cristo hay vida plena y salvación eterna. Aquí, ahora, siempre.
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