“Dios, que no miente, prometió esta vida desde la eternidad, y ahora, a su debido tiempo, ha dado a conocer su mensaje por medio de la predicación que me ha sido confiada por mandato de Dios nuestro Salvador.” Tito 1,2-3
“Me acuerdo un día en que después del desayuno, mi tata me agarró y me llevó para el corral. Con cara de muy serio, me subió al caballo y me entregó un papel en el que había algo escrito. Me dijo que debía ir a la casa del tío Marcos y entregarle ese mensaje, que era muy importante. Envolvió el papel en un pañuelo grande y me lo anudó al pecho, debajo del poncho. Me dio a mí un beso y una palmada en las ancas al caballo para que empezase a trotar. Cuando llegué, el tío estaba limpiando el establo de los caballos. Con el corazón latiéndome apresuradamente llegué hasta él, le di un beso y le entregué el mensaje de mi tata. Se ve que me había estado esperando porque no puso cara de sorpresa al verme, ni preguntó por el contenido del papel. Él también tenía cara de preocupado. Al leer el mensaje, sonrió y me dio una palmadita en el hombro. Sin decir más me despedí y volví para casa. El tata me estaba esperando en la tranquera y se alegró al verme acercarme por el camino. Al llegar me dio un abrazo bien fuerte. Su cara se mostraba tranquila y serena. Esa fue suficiente recompensa para mí. Nunca supe lo que decía aquel mensaje, pero yo sabía que era algo importante para mi tata, y eso bastaba para que también fuera algo importante para mí.”
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