“Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron.” Romanos 5,12
“Cierto día del mes de abril de 1947 en la ciudad de Texas, Estados Unidos de Norte América, ocurrió una violenta explosión, la cual fue considerada como la más grande producida hasta el momento, aparte de las explosiones atómicas que dieron fin a la Segunda Guerra Mundial. Tres barcos que contenían explosivos volaron por los aires, y la población de Texas fue inundada con flameantes desechos que destruyeron casi instantáneamente una fábrica de productos químicos valuada en diecinueve millones de dólares y produjo a su vez cientos de incendios. Hubo 551 muertos, 3.000 heridos graves, y una pérdida de cincuenta millones de dólares por los daños producidos en los edificios. Todos estos perjuicios fueron causados por la desobediencia de un estibador que, violando la prohibición expresa de fumar, fumó, y arrojó la colilla de su cigarrillo sobre alguna cosa inflamable; entonces se produjo un pequeño incendio que se comunicó a los depósitos de municiones, y después vino lo peor... la catástrofe. Todo, por la desobediencia de un solo hombre.” Muchas veces no tomamos plena conciencia que un pequeño acto puede ocasionar en nuestro entorno consecuencias irreversibles. Suele ocurrir que aquello que hacemos no sea hecho adrede o a propósito. Sin embargo, deberíamos prestar especial atención y cuidado a nuestras acciones. Tanto nuestros gestos como nuestras palabras pueden causar un daño que cause tanto dolor que sea imposible de remediar. Que podamos reflexionar precisamente en todo aquello que hacemos para así poder conocer sus consecuencias para con otros.
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