“Dios habló, y dijo todas estas palabras: Yo soy el Señor tu Dios… No tengas otros dioses aparte de mí. No te hagas ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en el mar debajo de la tierra. No hagas mal uso del nombre del Señor tu Dios, pues él no dejará sin castigo al que use mal su nombre. Acuérdate del sábado, para consagrarlo al Señor. Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios. No mates. No cometas adulterio. No robes. No digas mentiras en perjuicio de tu prójimo. No codicies la casa de tu prójimo: no codicies su mujer, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca.” Éxodo 20, 1-4.7-8.12-17
“El editor de un periódico semanal necesitaba material para llenar una de sus columnas y, como no tenía otro por el momento, mandó que sin comentario alguno insertaran el Decálogo. Tres días después el editor recibió una carta de uno de los lectores de dicho semanario, y en ella decía: Favor de cancelar mi suscripción porque su editorial es demasiado personal en contra mía.” Todos conocemos los diez mandamientos. Quizás desde nuestra más tierna infancia forman parte de la memoria colectiva. Pero, he aquí la pregunta: ¿Los cumplimos? Pareciera que los mandamientos le hablan al otro, cuando en realidad me hablan a mí; a cada uno y cada una en particular. Cumplirlos, entonces, deben ser parte importante en nuestras vidas de fe de cada día.
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