“Todos los que tengan sed, vengan a beber agua; los que no tengan dinero, vengan, consigan trigo de balde y coman; consigan vino y leche sin pagar nada. Vengan a mí y pongan atención, escúchenme y vivirán.” Isaías 55,1.3a
Duke K. McCall, pastor bautista estadounidense, relató cierta vez: “En la península de Corea la vida era extremadamente difícil; tanto así que en una familia un vaso de leche tenía que ser compartido por todos los niños que hubiera en ella, y eso era considerado como un lujo en la alimentación. Cada niño estaba acostumbrado a la escasez de leche, y ya sabía qué tanto debía beber cuando la tenían. Durante la guerra que hubo allí, muchos niños se extraviaron, y se dio el siguiente caso: Una enfermera de la Cruz Roja encontró a uno de esos niños, y al verlo perdido lo recogió, y dándose cuenta de que estaba hambriento, le dio un vaso de leche. El niño ansiosamente comenzó a beber; de repente dejó de hacerlo, y preguntó a la enfermera cuántos traguitos podía beber. La enfermera, conmovida y con lágrimas en los ojos, le dijo: Toda es para ti; bébela toda.” En medio del desierto de la vida, entre los cruces de caminos y la distancia. Allí donde las dificultades se hacen presentes y la sed abraza. Cuando los problemas se hacen presentes y la angustia nos supera. Cuando están hechas las preguntas y no hay cabida para las respuestas, solo el silencio. Allí la Palabra, allí la respuesta, allí el agua. Agua que sacia y satisface toda sed. Agua que limpia y purifica, agua que vivifica. Agua toda para mí, agua toda para ti. Aquí y ahora.
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