“Jamás el oro ha sido para mí la base de mi confianza y seguridad. Jamás mi dicha ha consistido en tener grandes riquezas o en ganar mucho dinero. He visto brillar el sol y avanzar la luna en todo su esplendor, pero jamás los adoré en secreto ni les envié besos con la mano. Esto habría sido digno de castigo; ¡habría sido negar al Dios del cielo!” Job 31,24-28
“Un día, el rabino Eglón recibió la visita de un hombre muy religioso, muy rico y muy avaro. El rabino lo llevó a una ventana. ¿Qué ves?, le preguntó. Veo gente, le respondió el rico. Entonces el rabino lo llevó ante el espejo. ¿Y ahora qué ves?, volvió a preguntarle. Me veo a mí mismo, le contestó el otro. El rabino entonces le dijo: Pues, en la ventana como en el espejo, hay un cristal; sólo que el del espejo se halla recubierto por una capa de plata y, a causa de la plata, no se ve al prójimo, sino se ve uno a sí mismo.” El dinero, los bienes materiales, ni lo uno ni lo otro es malo de por sí; lo que lo vuelve malo es el mal uso que le damos. Cuando nuestro bienestar material está fundado sobre el aprovechamiento que hacemos de las circunstancias que nos rodean, o, de los hermanos y hermanas que caminan a nuestro lado, es allí entonces que pervertimos aquello que se nos ha dado para un buen uso o una correcta administración. Cuando frente nuestro tenemos un espejo, este nos devolverá nuestra imagen. Ahora, cuando abrimos las ventanas, podremos apreciar a nuestro prójimo; mirando su rostro, veremos reflejado el rostro de Cristo.
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