“…y ha hecho de nosotros un reino; nos ha hecho sacerdotes al servicio de su Dios y Padre. ¡Que la gloria y el poder sean suyos para siempre! Amén.” Apocalipsis 1,6
“En cierta ocasión el emperador Napoleón I se encontraba delante de un grupo de soldados, cuando de repente su caballo se desbocó; entonces un soldado raso se lanzó hacia el caballo, y, tomando el freno del caballo, pudo detenerlo. Napoleón saludó al soldado raso y le dijo: Gracias, mi capitán. El soldado se sorprendió al oír a Napoleón decirle capitán, pero pensó que, si él quería, podía hacerlo capitán. Así que, saludó a su emperador y le preguntó: ¿De qué regimiento, mi emperador? El emperador le contestó: De mi guardia personal. Aquel soldado se presentó como capitán ante el jefe de la guardia personal de Napoleón; el oficial, viéndolo con uniforme de soldado raso, le preguntó: ¿Capitán, por órdenes de quién? Por órdenes de mi emperador, Napoleón I. En ese momento dejó de ser soldado raso y llegó a ser capitán. Si este soldado raso no hubiese tenido fe, hubiera dicho: Mi emperador me dice capitán, pero yo no soy más que un soldado raso. Por el susto que le dio el caballo, se equivocó y me dijo capitán, y se hubiera ido a tomar su lugar y habría permanecido soldado raso toda su vida. Todos nosotros por naturaleza somos hijos del pecado; pero Dios en su infinito amor e infinita misericordia quiere hacernos sus hijos. En el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, encontramos estas preciosas palabras: Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios (Juan 1,12).”
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