“Él es quien perdona todas mis maldades, quien sana todas mis enfermedades…” Salmo 103,3
“Al llegar a una ciudad cierto noble que andaba viajando, mandó fijar el siguiente anuncio: Pagaré las deudas de cualquiera que venga a verme mañana entre las ocho y las doce de la mañana. Dieron las once del día sin que nadie hubiese acudido; poco tiempo después fue llegando un pobre hombre que con mucha timidez y como con vergüenza le dijo: Señor, ¿es cierto que usted ha prometido pagar las deudas de cualquier persona que venga a verle? Sí, efectivamente así es. ¿Cuánto debe usted? El hombre dijo cuánto era y el caballero extendió un cheque por valor de la cantidad que debía, y le mandó que se sentase hasta que dieran las doce. Media hora más tarde llegó otro y fue tratado de la misma manera. Al dar las doce el noble despachó a los dos. Al salir a la calle se hallaron con muchos, dispuestos a burlarse de ellos por haber sido tan crédulos y haberse dejado engañar, según ellos creían; pero grande fue su sorpresa al ver los cheques que tenían en la mano. Entonces corrieron a la puerta de la casa; mas ¡ay! ya era tarde, ya había pasado la hora y la puerta estaba cerrada. Tuvieron que volverse entristecidos por no haber creído.” El perdón es un regalo, un don gratuito de Dios. Allí, frente nuestro, está la puerta abierta; allí la Gracia. La invitación es hoy, quizás mañana sea demasiado tarde para poder alcanzar la salvación. La exhortación bíblica es: “Si hoy escuchan ustedes lo que Dios dice, no endurezcan su corazón como aquellos que se rebelaron (Hebreos 3,15)”.
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