“Pero no basta con oír el mensaje; hay que ponerlo en práctica, pues de lo contrario se estarían engañando ustedes mismos. El que solamente oye el mensaje, y no lo practica, es como el hombre que se mira la cara en un espejo: se ve a sí mismo, pero en cuanto da la vuelta se olvida de cómo es. Pero el que no olvida lo que oye, sino que se fija atentamente en la ley perfecta de la libertad, y permanece firme cumpliendo lo que ella manda, será feliz en lo que hace.” Santiago 1,22-25
Cierta vez, “cuando una anciana salía de la iglesia, una amiga la encontró y le preguntó: ¿Ya terminó el sermón? No, respondió la anciana, ya lo predicaron, pero no se ha terminado. Ahora voy a hacer mi parte del sermón, a vivirlo. Cuando una congregación, por pequeña que sea reacciona de manera tal por causa del Evangelio de Jesucristo, el beneficio es incalculable.” Muchas veces ocurre que alabamos las bondades de una buena predicación. Ya sea por la expresividad y efusividad de quien predica, o, por su carisma, nos extasiamos en aquello que escuchamos olvidando que:
1. A quien debemos oír es al Evangelio, y,
2. Aquello que el Evangelio proclama debe ser puesto por obra.
La escucha atenta de la Palabra debe llevarnos a la acción concreta como testimonio de aquello que hemos oído. El apóstol es sumamente claro en este sentido: “…no basta con oír el mensaje; hay que ponerlo en práctica…” Sabemos que, si realmente creemos en la Palabra de Dios, esta debe ser puesta por práctica una y otra vez todos los días de nuestras vidas. Dios bendiga nuestro testimonio. Amén.
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