sábado, 29 de febrero de 2020

Primer domingo de Cuaresma

“Si de veras eres Hijo de Dios…” Mateo 4,3


En el desierto, lugar de prueba, se hace presente la tentación y el hambre. En la vida, como en el desierto, al momento de las pruebas y las dificultades, también. La tentación de salir de paso como sea; de saciar nuestra hambre, material y espiritual, como se pueda. Suponemos la gracia del bautismo como algo que hará exento la tentación y el hambre, pero, ¿y la cruz? En el texto de las tentaciones, se nos presenta a Jesús como el nuevo pueblo en el desierto. Verdadero hombre (excepto en el pecado), experimentando la debilidad de su condición humana. Sin embargo en Él reposa en plenitud el Espíritu de Dios. Espíritu que, venido en el bautismo, lo conduce al desierto al comienzo de su ministerio. Desierto, donde Jesús es tentado con una misma y única tentación: Si de veras eres el Hijo de Dios. Y cuando el tentador lo deje por un tiempo, volverá al momento oportuno: En la cruz. Y es que, en el hambre y en la sed, en la enfermedad o la proximidad de la muerte, es factible la soberbia y el poder de suponer que, habiendo recibido la gracia, nada nos pasará. Pero, para Jesús, ser Hijo no tiene nada que ver con demostrar su poder. Por el contrario, es fiarse en el poder de Dios incondicionalmente, saberse amado y en buenas manos. El amor del Padre, su Palabra y su voluntad es lo único importante para Jesús, y, debiera serlo, para nosotros y nosotras. Aun en los tiempos difíciles o en los momentos de angustia, sobre todo al final: Si de veras eres el Hijo de Dios…

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