“Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.” Mateo 5,9
Vivimos en un mundo con criterios totalmente diferentes a los criterios del reino. Un mundo, donde se nos publicita otro modelo de felicidad, donde se induce el lucro y la riqueza desmedida, la explotación del prójimo y el individualismo. Un mundo, donde en lugar de perdón y amor, vemos odio y rivalidad; en lugar justicia, opresión y prepotencia, en lugar de la paz, voces de guerra. Por eso, como creyentes en el Señor de la vida, no podemos sentirnos totalmente felices y dichosos mientras en el mundo entero no se realicen la justicia y la paz. Este es compromiso ineludible de todo cristiano, toda cristiana, compromiso que debe llegar hasta las últimas consecuencias. Consecuencias que significan, ante todo, vivir el espíritu de las bienaventuranzas en el aquí y hoy cotidiano, sirviendo al reino de Dios. Siendo testigos de quien hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos y libera a los cautivos. De quien abre los ojos a los ciegos y endereza a los que se sienten agobiados; de quien ama a los que practican la justicia y cuida el camino de los que hacia Él encaminan sus pasos. Quien recibe amor, da amor. Y quien da y recibe amor se convierte en testigo fiel de la bienaventuranza recibida. Bienaventuranza que siempre es un camino de dos vías: Para con Dios y para con el hermano. Jesús nos invita a la acción, gesto concreto allí en el mundo que habitamos. Gesto concreto como testimonio evangélico. Trabajar por la paz y por la justicia permitirá ser verdaderos hijos e hijas de Dios. Amén.
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