“Pasado el sábado, María Magdalena,
María la madre de Santiago, y Salomé, compraron perfumes para perfumar el
cuerpo de Jesús. Y el primer día de la semana fueron al sepulcro muy
temprano, apenas salido el sol, diciéndose unas a otras: ¿Quién nos
quitará la piedra de la entrada del sepulcro? Pero, al mirar, vieron que la
piedra ya no estaba en su lugar. Esta piedra era muy grande. Cuando entraron en el sepulcro vieron, sentado al lado derecho, a un
joven vestido con una larga ropa blanca. Las mujeres se asustaron, pero él les dijo: No se asusten. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el
que fue crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo
pusieron. Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: Él va a Galilea para
reunirlos de nuevo; allí lo verán, tal como les dijo. Entonces las mujeres
salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando, asustadas. Y no dijeron
nada a nadie, porque tenían miedo.” Marcos 16,1-8
El temor paraliza.
El miedo entumece nuestros miembros y nos impide seguir camino, o ver la
realidad que nos rodea que es lo mismo. A veces ocurre que la realidad que no
queremos ver es la nuestra. Tomar conciencia digamos. El temor no solo paraliza
sino que, también, somete. El miedo muchas veces nos hace sumisos, y, otras
tantas, nos vuelve paranoicos. Uno teme aquello que desconoce, que apenas
percibe, aquello que le es extraño, lejano. Pero también teme aquello que
conoce y le duele. Aquello que le encarcela y aprisiona. Se teme el golpe
cuando se espera la caricia. El escupitajo cuando se requiere del beso y el
abrazo. Temor y miedo que van de la mano. Que son productos de la violencia de
años, de siglos. Resultado nefasto de la supremacía de los poderosos. Violencia
de ricos para con los pobres, de padres para con los hijos, de varón para con
la mujer. Violencia estructurada, violencia acostumbrada, violencia traspasada
generación en generación. Teme la mujer. La niña / adolescente / joven / adulta
/ anciana. Teme luego de tanto oscurantismo y machismo. Ahí están los dedos
acusadores, la violencia sustentada en ideologías e interpretaciones
sospechosas. Teme la mujer. Teme porque solo ella es condenada a morir a
pedradas. Teme porque sabe que puede ser despedida del lecho conyugal por
cualquier motivo. Teme porque es abusada, golpeada. Mujer violada y violentada.
Mujer cosificada. Mujer objeto y no sujeto, mujer que ha sabido muchas veces en
su vida de silencio y frialdad. Y lo tiene tan internalizado, tan metido en su
vida, en su cuerpo, en su sangre, que se le escapa la comprensión del misterio
de la cual es testigo: ¡Ha resucitado! No lo comprenden porque, ahora en
que se comenzaban a ver a sí mismas como personas, ahora es cuando el temor
regresa, vuelve el miedo a hacerse presente. Han asesinado a Jesús. Le han
colgado de la cruz. Vuelve a hacerse presente la
supremacía de los poderosos. Vuelve la violencia de los ricos para con los
pobres, de los padres para con los hijos, del varón para con la mujer. Y tanta
violencia de años y de siglos no ha sido en vano. Éstas que habían vuelto a la
vida, acuden ahora a visitar un muerto. Tanto es su penar y su pesar. Tanto es
el temor que las encadena. Tanto es su miedo, que no alcanzan a entender el
misterio: Ha resucitado, no está aquí. Van en busca del crucificado, y se
encuentran ahora con la piedra corrida, el sepulcro vacío, el anuncio del
mensajero, del envío. Allí donde suponían reinaba la muerte, reina ahora la
resurrección y la vida. Y estas mujeres, hasta entonces también muerta,
silenciosa y olvidada, reciben la llamada. Vayan y digan. Pero… es tanto el
peso, tanta la carga. Son días, años, siglos enteros de opresión. Vidas enteras
de silencio y olvido. Tanto, que huyen asustadas del sepulcro. Tanto, que
tienen miedo y no dicen nada. ¿Quién les creería? ¿Quién confía en la
inocencia, en la no culpabilidad, de tantas mujeres abusadas, violadas,
maltratadas, ultrajadas? ¿Quién les quitara el peso que a sus vidas significa
la piedra del sepulcro? Y en medio de tantas preguntas surge la respuesta: Aquél que les tomara la mano, aquél
que enderezara sus caminos. En medio de la obscuridad más absoluta, irrumpe la
luz. A partir de ahora, esta niña / adolescente / joven /
adulta / anciana, mujer violada y cosificada, mujer objeto. A partir de ahora,
serán trasformadas, restauradas, revividas. Puestas al servicio del reino, a
pesar aún de sus miedos y temores. A pesar aún de su silencio jamás podrá callar el milagro obrado en
sus vidas por Jesús. Porque en medio de la realidad de pecado presente en el mundo. En medio
de una realidad que nos habla de tantas mujeres que sufren violencia y maltrato
físico, sexual y psicológico a lo largo de su vida. De una realidad que nos
habla de que tres de cuatro mujeres víctimas de trata lo son con fines de
explotación sexual. Que nos habla acerca de un promedio de un femicidio cada treinta
horas, de mujeres apuñaladas, golpeadas, estranguladas, incineradas,
asfixiadas, ahorcadas, de más de diez violaciones por día. En medio de todo
esto, se levanta Cristo ¡el resucitado! Esta mujer, al
igual que María
Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé. Son
invitadas ahora. A ser testigos del que vive. A levantarse y vivir. Ya no
muerta, jamás muerta, sino resucitada a la luz clara, plena, libre para siempre
de tinieblas. Llamada al despertar de un día nuevo, una vida nueva. Llamadas y
enviadas por Jesús a estar vivas. No más inmóvil, sino transitando el camino
cada día. Ya no en silencio, sino alzando la voz y los pañuelos por quien calla
todavía. Ya no en soledad, porque son
muchas, compartiendo la marcha y la danza. Ya no olvidada, sino recordada y
presente en sus palabras y gestos. Anticipando reencuentros y sonrisas como
anticipo del reino. Amén.
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