La
llamada al seguimiento se encuentra aquí en relación con el anuncio de la
pasión de Jesús. Jesucristo debe sufrir y ser rechazado. Es el imperativo de la
promesa de Dios, para que se cumpla la Escritura. Sufrir y ser rechazado no es
lo mismo. Jesús podía ser el Cristo glorificado en el sufrimiento. El dolor
podría provocar toda la piedad y toda la admiración del mundo. Su carácter
trágico podría conservar su propio valor, su propia honra, su propia dignidad. Pero
Jesús es el Cristo rechazado en el dolor. El hecho de ser rechazado quita al
sufrimiento toda dignidad y todo honor. Debe ser un sufrimiento sin honor.
Sufrir y ser rechazado constituyen la expresión que sintetiza la cruz de Jesús.
La muerte de cruz significa sufrir y morir rechazado, despreciado. Jesús debe
sufrir y ser rechazado por necesidad divina. Todo intento de obstaculizar esta
necesidad es satánico. Incluso, y sobre todo, si proviene de los discípulos; porque
esto quiere decir que no se deja a Cristo ser el Cristo. El hecho de que sea
Pedro, piedra de la Iglesia, quien resulte culpable inmediatamente después de
su confesión de Jesucristo y de ser investido por él, prueba que desde el
principio la Iglesia se ha escandalizado del Cristo sufriente. No quiere a tal
Señor y, como Iglesia de Cristo, no quiere que su Señor le imponga la ley del sufrimiento.
La protesta de Pedro muestra su poco deseo de sumergirse en el dolor. Con esto
Satanás penetra en la Iglesia. Quiere apartarla de la cruz de su Señor. Jesús
se ve obligado a poner en contacto a sus discípulos, de forma clara e
inequívoca, con el imperativo del sufrimiento. Igual que Cristo no es el Cristo
más que sufriendo y siendo rechazado, del mismo modo el discípulo no es
discípulo más que sufriendo, siendo rechazado y crucificado con él. El
seguimiento, en cuanto vinculación a la persona de Cristo, sitúa al seguidor
bajo la ley de Cristo, es decir, bajo la cruz…
La
cruz no es el mal y el destino penoso, sino el sufrimiento que resulta para
nosotros únicamente del hecho de estar vinculados a Jesús. La cruz no es un
sufrimiento fortuito, sino necesario. La cruz es un sufrimiento vinculado no a
la existencia natural, sino al hecho de ser cristianos. La cruz no es sólo y
esencialmente sufrimiento, sino sufrir y ser rechazado; y estrictamente se
trata de ser rechazado por amor a Jesucristo, y no a causa de cualquier otra
conducta o de cualquier otra confesión de fe. Un cristianismo que no toma en serio
el seguimiento, que ha hecho del Evangelio sólo un consuelo barato de la fe, y
para el que la existencia natural y la cristiana se entremezclan
indistintamente, entiende la cruz como un mal cotidiano, como la miseria y el
miedo de nuestra vida natural... Ser rechazado, despreciado, abandonado por los
hombres en el sufrimiento, como dice la queja incesante del salmista, es un
signo esencial del sufrimiento de la cruz, imposible de comprender para un
cristianismo que no sabe distinguir entre la existencia civil y la existencia
cristiana. La cruz es con-sufrir con Cristo, es el sufrimiento de Cristo. Sólo
la vinculación a Cristo, tal como se da en el seguimiento, se encuentra
seriamente bajo la cruz… Toda llamada de Cristo conduce a la muerte. Bien sea
porque debamos, como los primeros discípulos, dejar nuestra casa y nuestra profesión
para seguirle, bien sea porque, como Lutero, debamos abandonar el claustro para
volver al mundo, en ambos casos nos espera la misma muerte, la muerte en
Jesucristo, la muerte de nuestro hombre viejo a la llamada de Jesucristo.
Puesto que la llamada que Jesús dirige al joven rico le trae la muerte, puesto
que no le es posible seguir más que en la medida en que ha muerto a su propia
voluntad, puesto que todo mandamiento de Jesús nos ordena morir a todos
nuestros deseos y apetitos, y puesto que no podemos querer nuestra propia
muerte, es preciso que Jesús, en su palabra, sea nuestra vida y nuestra muerte…
El sufrimiento se convierte así en signo distintivo de los seguidores de
Cristo. El discípulo no es mayor que su maestro… Quien no quiere cargar su
cruz, quien no quiere entregar su vida al dolor y al desprecio de los hombres,
pierde la comunión con Cristo, no le sigue. Pero quien pierde su vida en el
seguimiento, llevando la cruz, la volverá a encontrar en este mismo seguimiento,
en la comunión de la cruz con Cristo…
Tomado
de El precio de la Gracia de Dietrich Bonhoeffer
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